En los titulares del fin de semana hemos visto a un Rajoy sitiado entre dos líneas de ataque. Por un frente, las declaraciones acusatorias de Bárcenas, ese señor al que el presidente se niega a nombrar. Por otro lado, la presión del sector duro del PP encabezado por un Aznar que, en un ejercicio de cinismo insuperable, le alecciona desde una atalaya de autoridad moral y política. Rajoy, el inalterable, reacciona ante los dos frentes con la intención pueril de hacerlos desaparecer, para lo cual desarrolla una estrategia que consiste en negar la existencia. Si lo que no se nombra no existe, a Bárcenas le niega la denominación; si lo que ni se ve ni se oye tampoco, ante Aznar se tapa los oídos y los ojos. Teníamos un problema, en realidad dos, y los hemos solucionado, como dijo el mismísimo Aznar, Bárcenas no existe y Aznar tampoco.

Como novedad se nos cuenta que los líderes regionales del PSOE piden o exigen calma hasta las municipales. No se exceden, no piden que se instale la calma en un PSOE de aguas turbulentas, sino que piden un plazo, una tregua. No me queda claro a quién envían la rogativa, si son creyentes, seguramente a Dios o a María Santísima y si no lo son, tal vez, a los hados de Ferraz, porque ven peligrar lo suyo y habrán pensado que si, de momento, dejan de tirarse piedras en su propio tejado a lo mejor alguien los vota aún, aunque sea por error. Que nadie piense que me tomo a chirigota lo del PSOE. Todo lo contrario, me parece un desastre y me entristece comprobar cómo la socialdemocracia, país tras país, va desapareciendo como opción en el universo político. Pero es lo que puede ocurrir cuando se pretende servir a dos amos a la vez.

El domingo fue un día largo. Mucha gente, entre la que me cuento, esperamos con impaciencia, con más impaciencia incluso que si se tratara de nuestras propias elecciones, el cierre de los colegios electorales en Grecia. En el país que inventó la democracia, el invento, es decir, el gobierno del pueblo, estuvo en juego el domingo. Seguramente para la troika, esa especie de vanguardia ideológica que inspecciona los avances del nuevo sistema, el concepto de democracia no sólo es antiguo sino que su fecha de consumo ha caducado. Pero quienes seguimos apegados a la vieja idea de que el gobierno del pueblo es el menos malo entre los posibles, el domingo se hizo un día largo, porque allí, en esa tierra en la que Pericles gobernó en el siglo V antes de la era cristiana, se votaba no tanto a partidos políticos como a dos opciones vitales, la esperanza o la resignación. La esperanza, lo sabemos, casi siempre da lugar a frustraciones, pero la resignación nos deja sin oxígeno y nos quita el aliento.

Grecia ha sido el campo de pruebas de un nuevo régimen económico mundial, un régimen despiadado que desprecia el sufrimiento de las personas y sólo mira las macrocifras, por eso Grecia es el espejo en el que nos miramos, y, por eso, la suerte de los griegos en el futuro será seguramente nuestra suerte. Al final, el triunfo de Syriza nos devuelve la esperanza y, aunque sabemos que vendrá acompañada de frustraciones, porque la esperanza es un derecho que los nuevos ideólogos no pueden permitirnos disfrutar, con ella recuperamos la dignidad, esa dignidad que nos da fuerza para resistir.

Otro de los titulares del fin de semana me ha devuelto la tranquilidad de espíritu. Saber que la muerte del rey Abdalá de Arabia Saudí se ha resuelto en la más estricta normalidad resulta un alivio para cualquiera que piense que tener hacia las mujeres la misma consideración que hacia los calamares es lo correcto y que financiar y expandir por el mundo ideologías fanáticas como el salafismo yihadista es sano para la paz mundial y para la integridad física de las personas. Me ha gustado, por eso, que nuestro rey, Felipe VI, haya sido fiel a los lazos de amistad que unen a nuestra casa real con la Saudí y que, acompañado por su padre, el también rey Juan Carlos I, haya acudido a decir el último adiós al ilustre fenecido y el pésame a su numerosa familia y al medio hermano del difunto, el nuevo rey Salman, de 79 años, que, para garantizar la estabilidad y continuidad del régimen ya ha nombrado a dos familiares, de 69 y 55 años, como herederos.

No esperamos menos de un rey, de nuestro rey, quiero decir.