Siempre que hablo con ella es una forma de cargar las pilas en positivo. Da igual lo que haya pasado, o lo que no. Cuando la escucho sé que al final voy a colgar el teléfono con una pequeña sonrisa. Porque ella es así, tiene esa capacidad de dar tranquilidad y serenidad sin hacer nada, simplemente hablando. Tal vez porque su forma de ser sea así. Tal vez porque ha sabido mirar al mundo de frente y lo ha afrontado sin rechistar, sin quejarse. Porque a lo largo de este tiempo, nunca la he escuchado quejarse, nunca. Las veces que la veo, me hace gracia observarla cómo juega al solitario con las cartas o cómo lee el periódico con atención. Y cuando me mira a mí o cualquier persona que esté a su alrededor, lo hace con una sonrisa en la cara, siempre. Porque eso nunca le falta, una sonrisa. De hecho, su cara está llena de arrugas, pero de arrugas provocadas por sus sonrisas que calman a cualquiera, a sus 101 años. Felicidades, abuela.