Escuchando en el ordenador, con los cascos puestos, a plena potencia, las Variaciones Goldberg de Bach (tal vez el sonido más perfecto que ha creado la mente humana) descubro que deseo quedarme sordo escuchando esta celestial música. Como casi todo el mundo que conoce esta pieza, me gusta escuchar las Variaciones interpretadas por el genial Gould. Escuchar los ecos de su voz mientras aporrea perfecta y rítmicamente el piano me permite completar el tono enloquecido que un sonido tan opuesto a la locura genera en cada una de mis fibras nerviosas. Enloquecido por permitirme salir del mundo mientras las escucho. Escapar de la realidad y esconderme en unos minutos de sonidos que parece que tocaran uno a uno mis sentimientos puliéndolos, mejorándolos, haciéndolos más humanos, pues lo que tenemos por humano no es más que reflejo del animal que aun somos y lo que creemos locura es el ser humano que llevamos dentro y que pugna, lucha, llora frenético porque al fin le dejemos salir y apoderarse de nosotros.

Ser humano es ser un loco. No hay humanidad fuera de la locura. Mientras que todo lo que creemos y tomamos por humano en nuestra vida ordinaria (sentimientos, deseos, pasiones, ambiciones, miedos, etc.) no es más, en realidad, que nuestros instintos animales socializados y racionalizados no bajo el prisma de ninguna verdadera razón, sino tan sólo bajo el prisma del miedo, del pavor que nos produce mantenernos en silencio y escuchar, como si del pobre Gould se tratara, a nuestro verdadero yo, el auténtico ser humano que llevamos dentro, gritando porque le escuchemos y le permitamos abrirse camino.

Por ello, escuchar a Bach tan alto como la máquina a la que me conecto me permite, es al tiempo deseo de sordera y de escuchar. Sordera ante tantas cosas como llamamos humanas y bajo las cuales no puedo más que oler, porque lo que tenemos por humano no suena, sino que huele, el hedor del mono, del simio que busca poseer, dominar, controlar. De las tribus primitivas que llamamos países y que se pelean con otras, que se separan de otras, que buscan frenéticas líderes simiescos que las controlen y las dirijan y les digan lo que tienen que hacer y en qué dirección deben ir. Humanidades enteras gritando por comida, por reproducción, por su territorio, por miedo y por odio. Y que tienen el valor de llamar a tales cosas ambición, amor, patriotismo o, incluso€ política. ¿Cómo no desear que el tronar del piano te deje sordo y así poder dejar de escucharles? Encerrarte en ti mismo, desconectar de la realidad y atender sólo a tu locura, consistente en desear ser humano, desear oír a aquel que lucha por ser oído en tu interior.

El piano progresa sobre tus sentimientos y te hace sentir triste ahora, alegre ahora, lleno de energía, vacío tras la pasión. Y tú sólo deseas dejarte llevar. Abandonarte bajo las teclas que te roban la vida y tú ansías que lo haga pues un solo minuto de sus sonidos sabes que merece más la pena que muchas vidas vividas en nombre de verdades que tienen la osadía de creerse a sí mismas cuando la verdad no es más que una palabras y las palabras nacieron para ser mentiras.

Quiero quedarme sordo y no escuchar nada de lo que el mundo pueda decirme. Quiero quedarme sordo y sólo oír la voz que surge de mi interior y que es el hombre al que callo a cada momento. Aquel que me dice no comas, no bebas, no ames, no vivas, limítate a sentir, a ir más allá, a hacer lo que te hace humano, lo que me hacer ser tú, lo que sientes que es lo único que tiene sentido y que, aun así, evitas tanto como puedes porque duele, porque duele tanto que te hundes en un mundo que sabes falso, como falsas son todas sus invenciones, pero que no puedes evitar. La atracción del vacío. Un vacío repleto de fantasías, pero vacío al fin y al cabo.

Sientes el estruendo de las teclas y deseas que nada jamás interrumpiera el sonido que en tu pecho generan. El olvido como único camino para recordar lo que eres. Les ves correteando a tu alrededor. Peleando por esto, por aquello, por lo otro, por tantas cosas que consideran tan importantes, tan esenciales, tan fundamentales para todo. Mírales. Cuán seria es su cara. Cuánta formalidad en su rostro. Los hay que llevan el Destino impreso en la mirada. No son hombres, son ideas con pelo largo y barba de chivo. Fantasías dominadas por instintos que tienen la desfachatez de llamarse ideas. ¿Mas qué sabrán ellos lo que es una idea? ¿Acaso han sido alguna vez dominados por una? Sí, claro que lo han sido. ¿No los ves? Poseídos por ellas. Ideas, ideas, ideas. Demiurgos con falda corta y sin ropa interior. Se te ofrecen tentadoras sabiendo que, una vez estén dentro de ti, te manejarán como marionetistas enajenadas. Y tú crees que eres tú, pobre necio, su dueño.

Óyelos, óyelos. Su pequeño mundo y sus pequeñas cosas. Da vueltas. Gira, gira. La canica en cuya superficie resbalan y se deslizan. No es nada. El espejismo de la nada. Pero lo creen todo. ¡Y qué ruido hacen! Dejad que me quede sordo. Dejad que la música ahogue mis pensamientos. El eco de vuestras voces en mi pecho. Dejad que mis oídos se sequen y que ya no pueda volver a escucharos. La música en mi sangre. Mezclada con ella. Vuelta una con ella. La música que es dolor. Que duele. Tanto duele. Y que me permite no oíros. No quiero hacerlo. Tal vez sea capaz de no hacerlo.

No soy capaz de irme. Creo que nunca seré capaz de nada.