La sociedad piensa que son ingenuos, que trabajan por amor al arte, pero lo cierto es que no es así. Son una generación altruista que, pese a ser menospreciada por esta crisis, reniega a marcharse de su tierra en busca de una oportunidad. Saben idiomas, pero aún tienen fe y valor para creer en este país, pese a que todos digan lo contrario y no haya indicios para creérselo. Digamos que su particular cantón o caballo de troya es combatir la crisis desde la trinchera, sin esperar a la llegada de refuerzos. Pero no se hacen el haraquiri. Creen que conseguirán revertir la situación, pese a no tener una recompensa tangible por su esfuerzo, y se muestran felices por ello. Aprenden cada día, dedican a diario su tiempo para ayudar a mejorar esto. Cueste lo que cueste, aunque tengan que tapar sus carencias con más horas que el resto, ahí están, al pie del cañón. Muchos seguirán sin comprenderles, pero merece la pena abrir bien los ojos y darle la alternativa a esta nueva generación de talentos que se esfuerzan por demostrar su valía. No dudan en coger el toro por los cuernos para trabajar por el bien común.