Peter Thiel, el presidente de un fondo de capital riesgo, hablando de innovación tecnológica comentó recientemente: «esperábamos que a estas alturas iríamos en coches voladores y lo que tenemos son textos de 140 caracteres». Frustrante, ¿verdad?.

No es que lo de Twitter no sea un invento digno de elogio, pero obviamente está muy alejado de lo que cualquiera con cierta pasión por la ciencia calificaría de una invención tecnológicamente rompedora. En definitiva, una de esas invenciones capaces de ponernos un poco más cerca de la visión del futuro cuando la gente de mi generación disfrutaba en su tierna infancia de los clásicos de la ciencia ficción en aquellos rudimentarios y monocromos aparatos de televisión.

Pues bien, tampoco en 2015 acabaremos de ver, me temo, ninguna de esas invenciones rompedoras. No se inventará un teléfono, ni la televisión, ni el cine. Ni siquiera internet está ya disponible para ser inventado.

Haciendo inventario, en este inicio de año, podemos decir que lo más parecido a auténtica innovación que tenemos a la vista son tres inventos: los coches sin conductor, la desaparición del dinero físico y la introducción del internet de las cosas. En fin, poca cosa si la comparamos con los inventos mencionados. Y además, con muchos problemas para su implantación, hasta el punto que algunas de estas tres, cuando no las tres, probablemente se estrellen contra la barrera de la estúpida incompresión y los intereses creados.

La gente, por ejemplo, piensa que un coche sin conductor probablemente será más inseguro que uno con conductor. Al fin y al cabo, este mono bajado de los árboles y puesto apenas en pie, de forma imprecisa e inestable, que somos los seres humanos, probablemente será capaz de resolver una emergencia con mayor inteligencia práctica y emocional que una máquina. Gravísimo error. Este mono erguido que somos usted y yo apenas daría por sí mismo para conducir una bicicleta de forma más o menos segura, cuando mucho menos una tonelada de acero a cien kilómetros por hora.

Cualquiera que piense que ponerse en manos de un taxista, legal o de los de Uber, es un evento más seguro que ponerse en manos de un coche sin conductor, es que tiene serios problemas de comprensión del mundo real. O que tiene una confianza casi celestial en los taxistas, cosa que resultaría aún más preocupante.

No solo los coches, sino los autobuses, los trenes y, por supuesto, los aviones, serían vehículos infinitamente más seguros si se les dejara exclusivamente en manos de sus respectivos pilotos automáticos. Además, beneficio marginal pero importante, la eliminación del conductor físico supondría aumentar exponencialmente la capacidad de carreteras, vías de tren y rutas aéreas. En fin, una maravilla que, desde luego, no veremos este año y tal vez nunca, me temo.

En cuanto a la segunda innovación, la desaparición del dinero físico, tampoco parece que tenga muchas posibilidades de prosperar en un futuro cercano. Y eso que su implantación sería de lo más sencilla e inmediata, una vez que se ha generalizado el uso de los smartphones, aparatitos que contienen todas las herramientas necesarias para que mañana mismo pudiéramos prescindir de los pagos en dinero, al menos por parte de la inmensa mayoría de la población de los países desarrollados. Al fin y al cabo, un teléfono móvil cuenta con una tarjeta inteligente, unida a una cuenta bancaria, algo que lo hace totalmente indistinguible de una tarjeta de crédito emitida por una entidad al uso. Incluso ni tan siquiera la tarjeta física sería necesaria, una vez que los smarthpone van a venir a partir de ya preparados para cambiar de operadora sin necesidad de incorporar ninguna nueva tarjeta.

Los smartphone permiten ya hacer micropagos a través de una tarjeta monedero virtual, utilizando además el NFC para que no sea necesario introducir la tarjeta en ningún tipo de artilugio. La capacidad de encriptación, el reconocimiento mediante huella digital combinado con un PIN es todo lo que se necesita para cumplir con las más estrictas condiciones de acceso ultraseguro: la combinación de algo que tienes (el móvil), con algo que eres (tu huella digital) con una información que solo está en tu cerebro (una clave). Sin embargo, el apego del personal a la pela física hará que también esta tecnología vaya avanzando de forma renqueante hacia un futuro incierto, frustrado una y otra vez por el momento.

En cuanto al internet de las cosas, sus posibilidades de implantación tienen mejor pinta, aunque sin descartar que vuelvan a fracasar los sucesivos artilugios derivados de este grupo de tecnologías, que supone la posibilidad de que las cosas, pertrechadas de cierta inteligencia mediante un microchip y la capacidad de comunicarse mediante wifi, telefonía, internet o bluetooth, se entiendan entre sí para hacernos la vida relativamente más agradable y convertir al mundo en un lugar más eficiente y funcional.

En fin, mucho facebook, mucho twitter y mucho google, pero aquí seguimos sin ver astronautas en Marte ni ciudades sumergidas. Lo de las tablets y los teléfonos móviles está muy bien, pero a ver si movemos el culo, chavales, que los años pasan y esto no se parece al esplendoroso futuro con el que nos imaginábamos los niños que sí teníamos imaginación.