Hay realidades que saltan a la vista pero que algunos no quieren ver, se niegan a ver. Zapatero estuvo negando la crisis hasta que ésta, en forma de tsunami, se lo llevó por delante, con los consiguientes daños colaterales, también devastadores, para su partido. Esa misma crisis, que entonces sí veía Rajoy y ahora niega, aupó al actual inquilino de la Moncloa al poder. Le dio una amplia mayoría absoluta que él ha utilizado no para hacer lo que prometió sino para incumplir su programa electoral y ahondar en la precarización, las desigualdades, los recortes y las injusticias sociales.

Como la luna, España vuelve a tener para el presidente del Gobierno su cara oculta. Es ese amplio territorio poblado por millones de españoles que la crisis sigue asolando. Está claro que la crisis no se ve igual desde un sillón en la Moncloa que desde la cola del paro. Desde la Moncloa es que ni se ve. Desde allí la vista no alcanza a ver a las personas. Desde allí, lo único que se ve son números apañados, estadísticas interesadas, datos macroeconómicos que cambian de un día para otro como dados en el cubilete de un trilero. Esos datos son los que incitan a Rajoy a declarar oficialmente acabada la crisis. Esos datos y su instrumentalización propagandística. «Españoles, la crisis ha muerto» ha venido a decir, ante una ciudadanía atónita, que la sigue padeciendo en sus propias carnes y que ve como todavía sigue por aquí, viva, coleando y dando zarpazos.

Cómo se puede dar por enterrada una crisis cuando sigue habiendo cinco millones y medio de parados, más o menos los mismos que cuando él llegó al poder hace tres años. Cuando tres millones de esos desempleados no cobran prestación. Cuando dos tercios de los contratos temporales son indeseados. Cuando un tercio de los asalariados a tiempo completo cobra menos de 645 euros.

¿Y qué decir de Murcia, donde se dan todas estas cosas y más? En su último informe, sin ir más lejos, Cruz Roja vuelve a lanzar un grito de socorro. Uno de cada cuatro niños vive por debajo del umbral de la pobreza en la Región, que presenta niveles similares a los de algunos países del Este de Europa. Una región donde sigue habiendo desahucios, casi siempre injustos y desproporcionados. El último, que conozcamos, el de dos mujeres pensionistas de Molina de Segura que fueron expulsadas de su casa por el impago de una deuda de 22.000 euros contraída con un prestamista al 25 por ciento de interés. Por si se resistían, el Delegado del Gobierno, Joaquín Bascuñana, envió para el desalojo, a la seis y media de la mañana, cinco furgones de la Policía Nacional y varias decenas de agentes.

Pero para el presidente del Gobierno la crisis ha terminado porque se ve más gente en la barra de los bares. O porque el paro muestra una tendencia ´esperanzadora´. ¿Cuántas veces no habremos oído esa cantinela? Cuando lo único cierto, desde los brotes verdes de la Salgado hasta hoy, es que el empleo no ha mejorado sustancialmente, las condiciones de trabajo han ido empeorando, miles de jóvenes se han expatriado, miles de dependientes han sido abandonados a su suerte y los derechos sociales han sido secuestrados.

No las tendrá todas consigo Rajoy cuando desde la más absoluta soledad parlamentaria ha aprobado una ley ´mordaza´ para intentar acallar las protestas que se avecinan. Una ley que limita el derecho de manifestación y reunión y nos retrotrae en ciertos aspectos a la ley franquista de orden público de 1959.

No, Señor Rajoy, la crisis no es ´historia´ porque es parte indisoluble de su política económica que ahonda en las injusticias y las desigualdades. En cambio, lo que muchos esperan es que usted sí lo sea a partir de las próximas elecciones.