Menos mal que tengo la suerte de vivir en un país, una región y una ciudad donde todo es perfecto y nadie se equivoca, muy principalmente los líderes (elegidos por la ciudadanos, autoelegidos o designados por la autoridad superior). Todas sus iniciativas resultan exitosas y son dignas de los mayores elogios.

Menos mal que tengo la suerte de no pertenecer a ese grupejo infame de derrotistas, desagradecidos y, por supuesto, envidiosos, que son incapaces de ver cuánto bueno se hace por ellos.

Porque si no, me subiría por las paredes de rabia. Por ejemplo, al ver cómo quien fuera vicepresidente del Gobierno de España gastaba sin freno con cargo a las cuentas de una caja en quiebra. Al conocer cómo su antecesor, quien accedió al cargo por el único mérito de ser amigo del entonces presidente, hacía lo mismo multiplicado por€ Y me llevarían los demonios al ser informado de que, ahora que se descubre el pastel, ambos pretenden que su fianza la pague€ ¡el seguro de la caja que ellos mismos arruinaron!

Pero, afortunadamente, no soy así. No puedo serlo. Vivo en la tierra que ha sido retratada en un icono que es una sonrisa. Donde, por seguir el ejemplo, las cajas de ahorros han tenido siempre una gestión modélica. Soy de ese lugar que un día, cierto concejal llamó «la Alcayna feliz» (sic).

Tengo mucha suerte.