Las intervenciones humanitarias, fórmula que tantas veces disimula los nuevos intereses colonialistas, han dejado un sangriento embrollo en todo el Oriente Próximo.

Digan lo digan algunos, no hay un solo país en el que haya intervenido con o sin el aval de la ONU la llamada ´comunidad internacional´ - es decir EEUU y sus aliados- y donde la situación haya mejorado.

Decenas de miles de muertos y centenares de miles de heridos más tarde, nadie puede afirmar que lo haya hecho la vida diaria del ciudadano medio de la Libia post-Gadafi o del Irak post-Sadam Husein, o que cualquiera de esos dos países se haya convertido en una democracia mínimamente viable.

Algunos, como el articulista francés Jean-Marie Colombani, parecen empeñados en convencernos de que parte de lo que pasa es consecuencia de no haber rematado a su debido tiempo la tarea: por ejemplo, en Libia, donde Estados Unidos no quiso inmiscuirse y dejó hacer a franceses y británicos.

Al parecer incorregibles, el ex director de Le Monde Colombani y otros hablan del error que unos Estados Unidos absurdamente aislacionistas han repetido en Siria, donde no han ayudado a una oposición en la que podría haberse separado -no se sabe bien cómo- el trigo democrático de la cizaña salafista.

Conviene leer lo que escribe en Le Monde Diplomatique el ex ministro de Asuntos Exteriores de Gabón Jean Ping sobre las gestiones que llevó a cabo la Unión Africana para buscarle una salida a Gadafi que hubiese prevenido la guerra civil en aquel país y que finalmente frustraron con sus bombardeos las potencias occidentales.

«¿Iban a luchar allí (esas potencias) por la defensa de la democracia, por el control del petróleo, en función de sórdidas razones electoralistas (Nicolas Sarkozy ya estaba en campaña para su reelección al año siguiente), o incluso por todo ello a la vez?», se pregunta Ping.

«Curiosamente, comenta irónico, hoy ya no se escucha mucho a Bernard-Henri Lévy, el filósofo hiperactivista y belicista francés, referirse a la situación en Libia. Se ha orientado hacia otros frentes: Siria, Ucrania€.».

Ping, al igual que otros líderes africanos ninguneados por Occidente, sabe de lo que habla al recordar el drama que vive desde hace veinte años Somalia, abandonada tras la desastrosa operación militar estadounidense ´Restore Hope´ (Restablecer la esperanza) en 1993.

¡Qué bien se les da a los norteamericanos, como a los israelíes, bautizar con eufemismos sus operaciones militares!

Y ¿qué tenemos hoy en Libia? Un país dividido y sumido en el caos. Como ocurre con Irak, donde los militantes del Estado Islámico imponen su ley en una parte cada vez mayor del territorio en medio de la pugna entre chiíes y sunitas y obligan a huir a miles de cristianos de ciudades como Mosul, otrora considerada la Roma de Oriente.

Porque ahora se dan cuenta algunos de que incluso bajo el despótico gobierno de Sadam Husein, esos mismos cristianos que ahora temen por sus vidas convivían sin demasiados sobresaltos con sus vecinos musulmanes.

El obispo de los sirios ortodoxos de Mosul, Nikodemos Dawuud Matta, denunciaba recientemente en declaraciones a una emisora en lengua árabe la brutalidad del Estado Islámico para con los cristianos, y le acusaba de genocidio moral y limpieza étnica.

Desde que Estados Unidos invadió Irak en 2003, los cristianos han sufrido tres expulsiones, y se calcula que de los más de 1,2 millones que vivían entonces en el país queda menos de una cuarta parte, a la que los islamistas tratan de someter además ahora a un impuesto para los no musulmanes que data de la época de las cruzadas y que abolió en su día el Estado otomano.

¡Triste balance de una intervención humanitaria!