Dos veces he visto de cerca al rey en el tiempo que llevo ejerciendo el periodismo. En ambos casos en Cartagena. Muchos años hace ya de esto (lo peor de los periodistas es cuando nos sale el ´abuelo Cebolleta´ que llevamos dentro y contamos historias, más o menos veraces, que nos permiten tener conciencia del paso del tiempo y que hacen que todas las personas sensatas que tenemos alrededor huyan despavoridas). Pero, después de la intensísima semana que llevamos y de las decenas de artículos y comentarios leídos y escuchados, me preguntaba qué podría aportar a la noticia que, sin duda, ocupará un lugar destacado en los libros de Historia.

Recordaba aquella vez del 90, cuando en la Asamblea Regional nos adoctrinaron a los periodistas para que supiéramos cómo debíamos comportarnos ante los Reyes de España. Siempre es bueno domesticar a la canallesca, máxime cuando es el jefe del Estado el invitado de honor y no se sabe muy bien qué harán unos chicos de provincias poco acostumbrados a cuestiones de la corte regia. En aquella época había menos medios de comunicación y no existían teléfonos móviles con cámara, con lo que los tres o cuatro fotógrafos de la prensa y los dos o tres cámaras de las televisiones estaban perfectamente controlados por los responsables de protocolo y comunicación del Parlamento, del Gobierno regional y de la Casa Real. «Todas las cámaras a este despacho. Podéis tomar un vino y algo de comer, pero nada de hacer fotos ni captar imágenes cuando Sus Majestades estén saludando a los invitados y comiendo o bebiendo». «Así que, ¿prohibido sacar al rey con una copa en la mano?», preguntó uno de los fotógrafos, a modo de reto y de broma ante el siempre eficaz y poco dado al sentido del humor personal protocolario. Fue lo peor que pudo decir, porque, pese a que no llevaba ninguna cámara encima, el comentario les costó a él y a sus compañeros un celo especial en la vigilancia. Era divertido ver cómo se movía, entre decenas de personas (imaginen el patio de los ayuntamientos abarrotado) el grupo de periodistas, fotógrafos y cámaras en busca de una cerveza y un canapé seguido muy de cerca por tres o cuatro enchaquetados con cara de pocos amigos que no dejaban de observarlos con la mirada de un perro de presa.

Ya no habrá más posibilidades de disfrutar de un momento así con Don Juan Carlos y Doña Sofía, tendrá que ser con el príncipe ya proclamado rey. Sin embargo, sí vamos a tener la oportunidad de asistir al debate abierto sobre la continuidad de la monarquía o la instauración de una república. Y quiero aportar mi grano de arena a este interesante tema con dos acotaciones: En primer lugar, si este es el principal inconveniente para la sociedad española (esperen, no obstante, a que empiece el Mundial), quiere decirse que vamos superando la crisis mucho mejor de lo que yo creía. Y, en segundo lugar, creo que hay que tener en cuenta la última encuesta del CIS (realizada antes de que abdicara el rey), en la que venía reflejado que tan solo el 0,2% de los españoles considera que la corona es un problema, frente al 80,8% que ve en el desempleo su principal preocupación. Tal vez el porcentaje del 0,2% haya crecido en los últimos días, pero sospecho que no será el primer quebradero de una inmensa mayoría.