Perdone que le moleste, pero la vida es cómo una caja de Borbones. Hasta que no los destapas no sabes el sabor que te va a tocar. Lo gracioso es que salga un Borbón de una caja roja, como la de Nestlé, que te lo comas y al final te deje un sabor amargo. La renuncia del rey nos ha pillado a todos con el paso cambiado. A nadie, absolutamente a nadie se le hubiera pasado por la cabeza que S. M. abdicase en un plazo tan corto de tiempo.

Lo que está claro es que nuestro particular Borbón no salió de una caja roja, sino que lo puso mi tío Paco, El Niño de los Pantanos, el que ordenó descansos eternos a los letrados de Atocha, el de Melilla. Ya que a Don Juan, padre, le tenía una inquina fuera de lo común. Por cierto, tuve la oportunidad, junto a mi hermano Tico, de conocer y dialogar, una puesta de sol en Sevilla, con Don Juan de Borbón en el Giralda, su barco preferido. Nos demostró tener dos pelotas como dos catedrales. Era un marino de verdad, de poco hablar y mucho acertar. He de reconocer que me impresionaron sus tatuajes de los antebrazos, mucho más que el problema derivado de su traqueotomía.

Ahora, veintidós años despues de mi conversación con su padre, se ha abierto la veda hacia nuestro rey. Muchas gotas han colmado diferentes vasos. A Juancar le van a llegar los tiros por todos lados, como a su nieto. Que si ha sido alto, que si viste de corto, que si le gustan los barcos, que si cena poco... En mi opinión, la abdicación del monarca es, al menos, preocupante. Motivos tendrá para la decisión que ha tomado. Me imagino muy mucho que de salud y, por desgracia, serios. Juan Carlos de Borbón ha demostrado a propios y a extraños ser un rey responsable y luchador. No creo que los desagradables episodios de su vida privada, como los ocurridos en Botswana, puedan enturbiar una vida al servicio de España y los españoles. Por tanto, los motivos de la renuncia no serán por falta de pundonor.

Mis amigos los ultras de Jodemos están que se salen. Para ellos estos últimos días están siendo mejor que la Semana Fantástica del Corte Inglés. Una buena noticia detrás de otra. Están eufóricos: la derecha y la monarquía a tomar por saco en menos de diez días. Me estoy resbalando por la calle, pisando saliva, de cómo les gotea el colmillo a mis adorables vecinos. No salen de su asombro, de su júbilo, de su ardor de estómago.

Particularmente me la trae al pairo lo que piensen unos extremistas. Bastante jolgorio tendrán acumulado. Yo defiendo al que ha sido mi rey. A la gente de mi generación se nos llenaba la boca con lo de que éramos juancarlistas, no monárquicos. Y por eso, muchos españoles estamos apenados. Se nos va uno de los pilares en los que se ha fundamentado nuestra existencia como país. Creo que nuestro rey se hizo querer. Errores cometió y muchos, como todos nostros, supongo, pero les voy a contar mis reales experiencias:

Conocí al rey Juan Carlos y a la reina Sofía en 1992, en Barcelona. Yo formaba parte de la tripulación de la réplica que construyó la Empresa Nacional Bazán por encargo de la Sociedad Quinto Centenario para la conmemoración de los quinientos años del Descubrimiento de Ámérica, la Carabela Niña. Cenamos en Montjuic. Recuerdo que Pascual Maragall tenía la cabeza al cien por cien. Recuerdo que se hablaba en castellano. Más tarde coincidí con él en Baleares, en una navegación entre Mallorca y Menorca.

Con su hijo Felipe coincidí a bordo de un portaaviones nuclear en el río Hudson, en Nueva York, allá por el año 92. La ciudad de Nueva York nos ofreció una cena de gala y los únicos que llevábamos smoking en la carabela éramos mi hermano y yo. Antes de la cena, vino a visitar la carabela y me lo llevé al baño, sí, con dos cojones. Me explico: nuestro comandante, que sabía de mis dotes artísticas, me pidió que alegrase un poco la vida a bordo del incómodo barco del siglo XIV. Se me ocurrió pintar una sirena con los garbanzos alterados en el interior de la puerta. Era el orgulllo de toda la Vil Canalla de proa, que era cómo se llamaba a lo marineros de la época. El comandante lo sabía y quiso fardar de cuadro ante el príncipe.

Despues de la cena, lo ´raptamos´ y nos lo llevamos de fiesta. Esa noche lo hicimos príncipe de Beckelar. He de reconocer que era joven y le faltaba un hervor. Pero nosotros teníamos su misma edad y estábamos más baqueteados.

Posteriormente, cuando el que suscribe era pintor, en 2003, el rey me recibió en audiencia privada en el Palacio de Marivent por asuntos artísticos. Me acompañó Pilar Barreiro y nos tomamos unos gintónises. También estaba la infanta Cristina, pero no Urtangarin, el maléfico.

El año pasado, viviendo en Miami, me llegó la invitación de la embajada para acompañar a nuestra reina Sofía en un cóctel que presidió ante unas doscientas personas que residíamos en aquella ciudad del sol. El edificio, construido por un magnate cubano, era una réplica de la Giralda, frente al Miami Heat Arena en el Downtown. Recuerdo que Paulina Rubio vino con Colate, con un vestido rojo matador que parecía algo malo. Alejandro Sanz se llevó los honores de la reina y nos despitó a los demás.

Mi conocimiento de los reales era diverso. Hasta recuerdo que en Lisboa nos encasquetaron al sobrino bastardo del rey. Al payico había que pasearlo por las distintas discotecas que componían nuestra ruta nocturna del bacalao. El sumalacárregui venía con su guitarra. No pagamos en ningún garito, íbamos por la cara, como los políticos.

Y dicho esto, querido rey, muchísimas gracias por haber dedicado su vida a su gente. Siempre le estaré tremendamente agradecido. Un fuerte abrazo.