Una de las características más frecuentemente admiradas en los seductores profesionales es su espontaneidad en la expresión de sentimientos y de emociones. Y los cursos de relaciones humanas tratan de mejorar esas áreas, habitualmente deficitarias. Debemos ser capaces de expresar libremente los sentimientos que nos conmueven, sean estos positivos o negativos. Necesitamos manifestar con libertad nuestros afectos a la gente que nos rodea, del mismo modo que debemos aceptar sin embarazo que los demás nos muestren los suyos. La enseñanza intenta movilizar los recursos personales de cada individuo con el fin de mejorar también la capacidad de conectar con grupos numerosos, como los que podemos encontrar en una fiesta. Habilidades para empatizar con sus componentes, encontrarse distendidos e incluso contar historias y anécdotas divertidas.

En ese apartado es preciso recordar los procedimientos de aprendizaje en la comunicación que se iniciaron en la costa oeste de Estados Unidos bajo la denominación común de Grupos T (de Training Groups = grupos de entrenamiento) y que, con más o menos variaciones, se pueden encontrar hoy en numerosos lugares. Aunque las dinámicas de grupo tienen, en muchos casos, finalidades terapéuticas, en otras ocasiones han sido utilizadas simplemente como instrumento para un mejor conocimiento de uno mismo y de los demás, así como un desarrollo de nuestras capacidades para resolver conflictos mediante el diálogo y la negociación. Sus miembros apenas adquieren otro compromiso con el grupo que no sea expresarse sincera y espontáneamente, así como reaccionar ante la conducta de los demás. Y, aunque las críticas a tales grupos han sido numerosas, a decir de sus promotores, los beneficios obtenidos por los participantes superan con mucho los posibles inconvenientes.

De cualquier forma, la seducción sigue siendo, en parte, un misterio. Pero ese es, precisamente, su origen: misterio. Una atmósfera creada por cada uno de nosotros para impresionar a los demás, a nuestra propia pareja, en el despacho o la oficina, en una fiesta o una reunión e, incluso, en la calle o en el autobús.

Ser Don Juan, Casanova o Cleopatra del siglo XXI está al alcance de cualquiera, siempre que no descuide ni uno solo de los detalles imprescindibles para convertirse en el seductor/a perfecto/a. En fin, el arte de la seducción está enraizado en nuestros instintos animales, pero, sobre todo, es un negocio de voluntad y fina estrategia.