La violencia es el fracaso de la palabra, de la razón, de la comprensión, del entendimiento, del conocimiento, de la reflexión, de la inteligencia, del sentido común, de la cordura, del diálogo, de la moral, de la habilidad, del buen juicio, de la capacidad de seducción, de la honestidad, de la bondad, de la imaginación, de la tolerancia, de la justicia, de la intuición, de la creatividad, de la delicadeza, de la sensibilidad, de la conciencia, de la percepción, de la humildad, de la modestia, de la generosidad, de la mesura, del equilibrio, de la moderación, de la templanza, de la discreción, de la prudencia, de la paciencia, del respeto. Y digo esto porque cada día se extiende más la idea en nuestra sociedad de que hay situaciones en las que el recurso a la violencia puede justificarse, como en los últimos ataques a políticos y a sedes de partidos. Nuestra historia está jalonada de demasiados enfrentamientos fratricidas que no han hecho más que generar el horror en nuestros hogares, procedentes siempre de la extrema derecha o de la extrema izquierda. ¿Es que no somos capaces de aprender de nuestra historia?