Entiendo perfectamente, por ejemplo, cuando un grupo de padres protestan porque las fuentes de agua del colegio de sus niños no funcionan o cuando los vecinos se quejan del lamentable estado de unas aceras o del estado de abandono de una instalación municipal. Claro que lo entiendo, faltaba más, y lo comparto. Pero quiero aprovechar este espacio que semanalmente me ofrece el periódico para comunicarme con ustedes para hacerles llegar un ruego, casi una súplica. Por favor piénselo muy mucho para calificar a esas cosas que tan legítimamente denuncian como propias de un país subdesarrollado.

Calificativos sobran cuando debemos denunciar como inaceptable el estado de alguna infraestructura pública para pedir que lo soluciones, pero ¿sabemos lo que es el subdesarrollo? ¿hemos visto alguna vez con nuestros ojos lo que es un país subdesarrollado? ¿hemos olido la pobreza, la desesperación, la enfermedad y el hambre que realmente están asociadas a la condición del subdesarrollo?

En estas cosas la escala cuenta. La pobreza cuenta, y es subdesarrollo. La malnutrición infantil cuenta, y es subdesarrollo. La falta absoluta de agua potable en las casas cuenta, y es subdesarrollo. La ausencia de vivienda „ni digna ni no digna„ cuenta, y es subdesarrollo. Las barrigas de los críos, las moscas en sus ojos, las llagas de las heridas no curadas, la falta de dientes, los harapos, cuentan, y eso es subdesarrollo.

La pobreza en el mundo es más que estadísticas destinadas a conformar las tablas de los informes periódicos de la ONU. En una realidad palpable que, por cierto, lanza a los jóvenes de numerosos países africanos a la aventura suicida de la inmigración no reglada. Ellos si huyen de una crisis en serio, de una crisis, como diría alguien, de estructura, no de coyuntura.

A la actual crisis se le ha achacado también estar conduciendo a Europa, ni más ni menos, que a la situación de subdesarrollo. ¿Seguro?. Quizás ocurra que la crisis tapa y sirve de excusa para olvidar las otras crisis endémicas que atañen al planeta: la crisis alimenticia y humanitaria de buena parte del África negra, la crisis ambiental „con el cambio climático acechando al largo plazo, por más que algunos irresponsables políticos nacionales la pongan en duda„, la crisis de las guerras perpetuamente olvidadas€

Crisis que son permanentes y no pasajeras, que incumben al planeta mismo y no sólo a su sector más desarrollado, crisis que finalmente son la misma Crisis. La única, la que se puede escribir en mayúsculas, y que no es otra que la constatación de que vivimos en un mundo en el que los intereses privados hacen que nos alejemos cada vez más del horizonte deseado más estable, más justo, más equilibrado, más interesado por lo público, más sostenible y más solidario.

En definitiva, cada vez más alejados de una perspectiva de futuro nada utópica de un planeta global donde realmente funcionen las cosas y donde el subdesarrollo, el de verdad, sea como una habitación obscura pero con ventanas de salida.