Perdone que le moleste, pero estamos en mayo, el mes en el que las de los grandes almacenes echan humo por culpa de las temidas comuniones. La mayoría de tarjetas de crédito desfallecen por puro agotamiento. Llevan más mili que la de Marichalar. La mía se ha atrincherado en la cartera y no sale ni con agua caliente, se me ha venido arriba y al final vamos a llegar a las manos. Ya lo decía Gandhi, la violencia genera violencia. Nunca, que un niño recibiera una hostia por primera vez, salió tan caro al resto de los mortales.

La primavera es tiempo de las flores, de las madres y... de las comuniones. No hay salida posible, estamos pillados por los pendants. Si sale usted a pasear un domingo de mayo a la hora del aperitivo, por donde mire, verá a almirantes, princesas y marineros, pero ya no de reemplazo.

Todos conocemos a amigos que tienen hijos en edad de merecer al Santísimo y harán lo imposible porque no se les olvide tan esperado día a sus zagales, a los amigos de estos y al resto de los invitados. El crío debe de hacer la comunión sí o sí, aunque los padres sean más ateos que Nietzsche. El evento en cuestión es un despliegue total de medios parecido al mundial de Brasil, pero sin sexo y sin que te atraquen por la calle.

No hay que ser un lumbrera para darse cuenta de cómo una celebración estrictamente religiosa se ha convertido en un evento social. Para demasiados padres, lo de menos es ya la liturgia. Hay incluso parroquias donde pasan lista en las catequesis para mitigar estos abusos y; por ello, los progenitores se buscan otras. El negocio de las comuniones es redondo. Locales de celebración, tiendas de regalos, modistas, floristerías, etc.

Respecto al día de la celebración, para los niños habrá castillos hinchables, tirolinas, payasos, globos gigantes rellenos de helio, montañas de golosinas, etc. Es como un súpercumpleaños, pero sin el como. Para los mayores, barra libre para olvidar las penas y, por último, no deben de faltar los mondadientes para las abuelas. El tema del yantar merece capítulo aparte. Ya podemos tener al cobrador del frac en la puerta de casa, o al oficial del juzgado que lleva nuestro desahucio durmiendo en una tienda de campaña de esas del Decartón en el rellano de nuestra escalera, que el menú ha de ocupar toda la mesa. Lo importante es que haya muchos entrantes, mucha fritura que eso llena. Cerveza a pajera y si se puede, que los invitados vengan en chándal para que no les apriete todo lo que jalen, ya sea lubina a la ´esparda´ o suflé de longaniza que es un día muy especial y aquí se tira la casa por la ventana.

El tema regalos es complicado. El otro día, el hijo de un buen amigo de la benemérita acababa de hacer la comunión vestido de Mando de la Guardia Civil. Cuando le di el libro de firmas que le había comprado, perfectamente envuelto, el pequeño mamón me miró de tal forma que pensé me iba a quitar los puntos del carné por no haberle regalado la Pley al ´higoputa´.

Últimamente las famosas listas de comunión de El Corte Inglés reciben más visitas que una página porno. Es mucho más fácil para los padres del ´ojomeneado´ que les llegue un extracto con el polvazo que te han metido por regalo que no que llegues a la celebración con cara de primo y el Escalectrix bajo el brazo para cambiarlo por dos lonchas de jamón de paletilla si es que encuentras sitio en la mesa. El otro día me acerqué con mi santa a los sótanos o mazmorras del citado centro para hacer efectivos varios regalos de comuniones. En total siete. Los treinta o cuarenta que estábamos en la cola parecíamos una mezcla entre The Walking Dead y La Lista de Schindler. Íbamos al patíbulo del regalico de la lista como los corderos al matadero.

Pero, todo sea por ver felices a las criaturicas. Porque son tan pequeñas que uno las confunde. Como me pasó con una niña de anchas caderas y pecho bajo que celebró su comunión. Sin darme cuenta dejé la cerveza en la cabeza de la pobre chiquilla. Madre mía, le habían hecho un vestido de princesa que parecía una mesa camilla. Era más ancha que alta y se saltaba con más facilidad con la que se bordeaba. Y eso que, en el recordatorio de comunión, le habían hecho un trabajo de Photoshop que ni a la duquesa de Alba, pero bueno, pelillos a la mar.

Hasta hace más bien poco, en los recordatorios, podíamos ver la figura del Niño Jesús. Ahora vemos las caras de las Jenifferes, las Yomaimas, los Crisitianes, las Melodys, etc., vestidas de princesas de cuento de miedo. Algunas irían de perlas como protagonistas de Pesadilla en Elm Street. Estos recordatorios dan más miedo que una multa por exceso de velocidad.

Pero, pelillos a la mar, seguro que todos ustedes disfrutarán en la próxima comunión que les inviten, aunque sólo sea por ver el vestido de almirante o princesa, que ahora reposa en una percha con un cojín en tono marfil y los regalos encima de la cama, esperando€ el día D.