Álvaro, mi hermano el maestro, me contó hace unos días lo que le ocurrió en su colegio y me sugirió que le hiciera hueco en este rincón. Trataba de explicar a unos niños de Primaria la diferencia entre el cielo y el infierno. Los pequeños seguían sus argumentos con gran expectación. Les dibujó un paraíso ideal en el que los adultos trabajan, pero sin cansarse y disfrutando con sus quehaceres, sin estrés, sin tensiones, sin discusiones. Un paraíso donde los niños juegan sin agotarse, sin causar disgustos a sus padres y en el que no hay riesgo de que les ocurra nada grave. Tan sorprendidos estaban los alumnos de las bondades de ese destino que les espera si son buenos, que uno de ellos quiso saber más y levantó la mano. Mi hermano le dio la palabra y el pequeño le sorprendió: «Profe, ¿y seguirá habiendo crisis?» Perplejo, no dudó en contestarle que no, que en el cielo no hay crisis. Aunque sólo podamos hacer conjeturas sobre cómo será el paraíso al que iremos cuando muramos, hasta los niños tienen claro que la crisis que vivimos es un auténtico infierno con las llamas aún candentes. Ojalá que esa luz que parece vislumbrarse al final del túnel no sea sólo fruto de la imaginación y la fantasía.