Nunca estuvo tan claro quién sería el ganador de unos comicios. No hace falta que lo adelante ninguna encuesta. Basta con tomarle el pulso a la calle para comprobar, sin riesgo de equivocarse, que el gran vencendor de las elecciones europeas del próximo 25 de mayo no será ni el PP ni el PSOE, sino la abstención. El segundo lugar queda reservado para los partidos populistas, antieuropeos y xenófobos, si no en número de votos, sí en aumento del número de escaño y repercusión mediática. No siempre se necesita una mayoría numérica para salir victorioso en un proceso electoral. Luego vendrán todos los demás.

A eso hemos llegado tras años de gobierno de la troika. Tras años de brutales imposiciones de políticas de austeridad, que han traído más paro, han acentuado la crisis económica, disminuido la protección social y empeorado las condiciones de vida de los europeos. ¡Cómo no va a haber así desafección! ¡Cómo no va a haber así indignación! Claro que a todo el mundo no le ha ido tan mal. Hay un claro beneficiado de las políticas impuestas por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea. Y ese país es Alemania. El país que ha partido el bacalao estos últimos años. Tampoco han salido mal paradas las élites económicas. Y para que unos ganaran han tenido que perder otros. Los perjudicados: los llamados países periféricos „entre ellos España„ y los ciudadanos, que están viendo recortados su derechos, al tiempo que se desmantela el estado de bienestar.

No es difícil, llegados a este punto, coincidir con quienes piensan que esta Europa es una estafa. Abocar, incluso por salirse de esta comunidad de vecinos insolidaria que nos avasalla. No, no es ésta la Europa que queríamos. «No es eso, no es eso».

La cuestión es si, a pesar de todo, quienes hemos creído en la construcción europea, quienes no concebimos a España fuera de Europa, podemos todavía confiar en que otra Europa es posible. Una Europa que impulse la creación de empleo, erradique los paraísos fiscales, reduzca las desigualdades y defienda los derechos sociales y las libertades individuales. Una Europa llamada a jugar un papel pacificador en la escena mundial.

Ni más ni menos que la Europa con que soñábamos hace unas décadas, cuando se inició este proyecto político y social ambicioso con gran respaldo ciudadano. Esta Unión Europea que nos acogía en su seno tras la deriva franquista, con sus aspiraciones de paz, prosperidad y respeto por los derechos humanos. ¡Qué pena que este proyecto de Unión, que ha sido sin duda una de las iniciativas más interesantes de la historia reciente del viejo continente, esté naufragando! ¡Qué lástima que esta buena idea se esté malogrando, si es que no se ha malogrado ya!

Así las cosas, hay pocos motivos para sentirse optimista sobre cómo quedará configurado el ´nuevo´ Parlamento Europeo en las próximas semanas. De los dos partidos mayoritarios, uno no le hace ascos a esta Europa antisocial y el otro se mueve entre la impotencia y la falta de respuestas. Yo me uno a los que, agarrándose a un enlucido, no quieren dar esta batalla por perdida. A los que todavía creen que se puede cambiar de política, eligiendo a parlamentarios que impulsen de verdad la democratización de la economía europea.

A lo que vamos, sin embargo, parece que es algo bien distinto. No nos engañemos, con una ´troika´ al servicio de los poderes financieros, por un lado, que esclaviza a los estados y empobrece a los ciudadanos; y una pujante presencia de la extrema derecha, por otro, lo que está en juego es la legitimidad misma de esta Unión Europea. El próximo 25 de mayo puede ocurrir que, ante la indiferencia de millones de europeos, se forje la pinza ´perfecta´ entre élites económicas y fuerzas políticas antieuropeas. Una pinza llamada a acabar la faena. Es decir, hacer saltar por los aires lo poco que queda de Europa social.