Y ahora qué? Se nos ha ido García Márquez, el más grande, el más querido, el maestro de la literatura universal. El escritor periodista o el periodista escritor que con su mirada lúcida supo traspasar la realidad, dándole a lo cotidiano la dimensión de lo excepcional. Se ha ido, sí. Pero quedan sus libros. Esas historias que nos han acompañado toda una vida. Y queda, entre otros muchos hallazgos, esa nueva forma de narrar que fascinó al mundo y que tras la publicación de Cien años de soledad se popularizó con el nombre de ´realismo mágico´.

A decir verdad, lo que hizo el Nobel colombiano fue darle forma literaria a algo que ya ´existía´ pero que, como las tierras lejanas, se encontraba a la espera de que alguien lo descubriera. De hecho, se pueden encontrar algunos antecedentes literarios de este género en la Biblia. La creación de Eva de una costilla de Adán o algunos milagros de Jesús, por ejemplo. Pero eso entraba en el terreno de la fe. Tuvo que venir Gabo con su portentosa capacidad narrativa y expresiva para que emergiera en Macondo, como de forma natural, esa magia envuelta en realismo o ese realismo teñido de magia. Alguien dispuesto a romper las normas y crear algo nuevo.

Como él mismo ha señalado en distintas ocasiones, su así llamado realismo mágico no es, en realidad, más que una manera de contar, con cara de palo, historias difíciles de creer. Un truco que aprendió de su abuela. Cosas difíciles de creer para los de fuera, pero lugares comunes para los locales.

Se ha ido Gabriel precisamente durante estas fiestas de Semana Santa, que por estas tierras se llenan de realismo, de magia y de paradojas. Se ha marchado en unas fechas en que, coincidiendo con la llegada de la primavera, se anda por aquí exaltando la muerte y la resurrección, exhibiendo la tortura en forma de crucifixión, o paseando a hombros tallas de vírgenes y santos. Toda una eclosión de pasión y politeísmo envuelta en una belleza barroca seductora. Unas fiestas, desde luego, con un marcado carácter religioso pero donde la devoción se compagina, casi con toda normalidad, con un desenfreno festivo en auge.

No deja de tener su toque de extravagancia que en épocas pasadas no muy lejanas durante la Semana Santa se cerraran por orden gubernativa los prostíbulos. O los bares, a ciertas horas. O que se ayunara de forma estricta. Hoy en día, en cambio, Viernes Santo se ha convertido, con la complacencia de las autoridades religiosas, en el día del año en que, por lo menos en mi pueblo, más cerveza se bebe. De hecho, a nadie le sorprende que mientras salen en procesión Cristos yacentes, agonizantes, escoltados por autoridades políticas, militares y religiosas, en los bares o en las mesas de las terrazas que jalonan las carreras corra la cerveza a pajera abierta. Historias difíciles de creer para otros, pero no para nosotros.

Y no son éstos los únicos lugares comunes. A nadie le extraña ya que, cerrada la página de la Semana Santa, a algunos nazarenos apenas le dé tiempo de quitarse la túnica para endosarse los zaragüelles, el traje de sarraceno, de cristiano viejo, de sardinero o de lo que proceda. Los festejos se engarzan unos con otros, apenas sin descanso, fieles herederos de aquellas fiestas paganas que los romanos celebraban para recibir la primavera. Cualquier motivo es bueno en estas fechas para rememorar, bajo la luz mediterránea, episodios señalados de nuestra Historia idealizada.

No es pues el realismo mágico una especialidad exclusiva de Latinoamérica. No hay más realismo mágico que la conjunción que se vive por aquí de pasión y juerga, de muerte y resurrección, de penitencia y gula, o de recogimiento y explosión vital en forma de música, arte y color.

Como se ve, materia prima para una historia ´realista´ y ´mágica´ no falta. Sólo se necesita que alguien traspase esa realidad y la cuente como la contaba Gabo. Lamentablemente, García Márquez no había más que uno, y nació en Aracataca.