La xenofobia nacionalista ha matado esta semana a una niña española. Del condado de Treviño, territorio castellano en medio de Álava. A la que sus padres habían puesto un nombre vasco, Anne.

Quizás deberían haberle dicho el nombre a los canallas que se negaron a mandarle una ambulancia por no ser vasca, sino castellana. Si hubiera sido vasca, ah, entonces sí se le hubiera mandado la ambulancia. O, al menos, es lo que se deduce de las palabras de Emilio Olabarría y Aitor Esteban, diputados del PNV en el Congreso, que lamentaban la muerte por el hecho de que Treviño no pertenezca al País Vasco.

Pero esto no es sólo culpa nacionalista, esa miseria xenófoba y racista que se ha enseñoreado de España desde hace tantos años, sino de todos cuantos se lo han consentido, la derecha, y de cuantos no sólo se lo han consentido, sino que lo han justificado y avalado intelectualmente, la izquierda.

Nunca podremos perdonarle a la izquierda española su traición flagrante desde que justificaban las autodeterminaciones y otras vainas, que convertían a las más rancias y reaccionarias derechas, las nacionalistas, en víctimas.

Pero, sobre todo, no podremos perdonarle nunca los años del zapaterismo, siempre apoyado por IU, no lo olvidemos, y sus consecuencias. Porque les dieron la razón y las razones a esa panda de neonazis de verdad, los que esgrimen la raza y la lengua para justificar privilegios y vivir a nuestra costa.

El concierto económico, que nos sangra a los demás españoles, ya no es sólo una antigualla indefendible, sino que es una antigualla criminal cuando nos niegan hasta las ambulancias que les pagamos.