Los datos publicados, en los últimos años, sobre la distribución de la riqueza en los países desarrollados „con los EE UU de América a la cabeza, pero entre los que también se encuentra España„ nos muestran una progresiva profundización de la desigualdad.

El incremento de la desigualdad es previo al inició de la crisis, incluso hay quienes sostienen que puede ser una causa coadyuvante de la misma. Pero, en todo caso, la crisis ha continuado generando ´oportunidades´, al menos para una minoría. ¿No tenemos la oportunidad de acabar, de una vez, con esta crisis?

Sin duda, la hay; cuestión distinta es que, en Europa, estemos dispuestos a cambiar de política económica. Nos guste más o menos, cambiar la política económica europea pasa por una nueva orientación de la alemana.

No pocos tenían una gran confianza en que la elección de François Hollande, para la presidencia francesa, significara un contrapeso al poder de la canciller Merkel en el enfoque sobre cómo abordar los problemas que aquejan a la eurozona desde el estallido de la crisis financiera internacional. Pero la realidad es muy distinta: Hollande ha renunciado a todo lo que prometió y se ha rendido a los postulados más conservadores en la interpretación de cuál es el origen de nuestros males y cuáles deben ser las respuestas. Los resultados, para él, también son evidentes: está en un nivel de popularidad del 19%, el segundo más bajo registrado por un presidente.

Qué decir del SPD en Alemania. Si se cumplen los pactos para alcanzar la gran coalición, el país germano tendrá, por primera vez en su historia, un salario mínimo de 8,50 euros por hora, lo que, según las estimaciones publicadas, aumentará directamente el sueldo de unos siete millones de trabajadores y, razonablemente, hará que se generen subidas, en términos reales, para el resto de los asalariados. Y es lógico que, si tal aumento de los salarios se produce, se traduzca en un crecimiento de la demanda interna, que contribuya a reducir el superávit comercial alemán, con un impacto macroeconómico positivo en Alemania, en el resto de Europa y del mundo. Pero el prometido aumento del salario mínimo no llegará hasta 2015.

¿Qué hay del resto?

Hay que repetir, una vez más, que la decisiva actuación del BCE, en el verano de 2012, señalando que estaba dispuesto a hacer cuanto fuera necesario para salvar al euro y anunciando, después, un amplio programa de compra de deuda soberana en el mercado secundario, bajo determinadas condiciones, hicieron que se fueran calmando, progresivamente, las tensiones de los mercados. Y ello sin necesidad de que el programa OMT haya tenido que entrar en funcionamiento en momento alguno.

Pero el simple anuncio de la disponibilidad para actuar en la forma señalada, desató airadas protestas en Alemania y en otros países de su órbita, al entender que, con las mismas, el BCE excedía en mucho su mandato, por lo que, sorprendentemente, acudieron al Tribunal Constitucional alemán, que acaba de pronunciarse. Por fortuna, ha reconocido que carece de competencias para plantearse la limitación de actuaciones de una institución, como el BCE, que no es alemana. Pero ha remitido el caso al Tribunal de Luxemburgo, al entender que existen dudas razonables sobre la capacidad del BCE para abordar un programa de esta naturaleza.

En otras palabras, la principal y más decisiva actuación „meramente declarativa„ de una institución europea para paliar los efectos de una crisis, que estaba poniendo en cuestión la viabilidad de la moneda única, se cuestiona, poniendo bajo amenaza al BCE. Mientras tanto, no hemos aprovechado el tiempo para corregir los defectos institucionales de la puesta en marcha del euro, como la unión bancaria o la unión fiscal; así que haríamos bien en no dar por resuelta ni la crisis de la deuda soberana en los países periféricos ni, consecuentemente, un hipotético contagio de la misma al sector bancario que acumula un elevado stock de deuda pública doméstica.

El SPD ha firmado, en el pacto de la gran coalición, que el Gobierno alemán descarta absolutamente una responsabilidad compartida sobre la deuda pública, pacto en el que nada se menciona sobre un rápido avance en el rediseño institucional de la zona euro, ni se adquiere compromiso alguno para terminar con las políticas de austeridad que tanto mal están haciendo.

Como denunció, hace ya mucho, Paul Krugman, Europa está instalada en ´la Gran Mentira´.

Hemos oído hasta la saciedad que han sido los excesos del pasado los que nos han conducido a la crisis y que, para salir de la misma, tenemos que hacer justo lo contrario, purgar los excesos con austeridad.

Pero ese análisis es falso. España, por ejemplo, no tiene, en el origen de su crisis, un problema de irresponsabilidad fiscal. En 2007, y antes, teníamos superávit presupuestario, no déficit público. Ha sido la crisis la que ha generado el déficit, al desplomarse los ingresos, y no el déficit el que ha generado la crisis. Es cierto que la abundancia de ingresos públicos, en la larga etapa de crecimiento económico, entre 1995 y 2007, no se aprovechó para corregir los problemas estructurales de nuestros presupuestos, que permanecieron ocultos. Pero es difícil aceptar que hayamos tenido un comportamiento fiscalmente irresponsable, porque ello es lo que ´justifica´ la política de austeridad, totalmente procíclica y, por tanto, profundizadora de la situación de debilidad económica.

Si somos una zona monetaria única, que lo somos, por qué no hacen más los que, sin duda, pueden. El Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW) ha estimado que, desde que el canciller Schröder diera un giro a su política económica, se ha generado un déficit de inversión en Alemania que, en términos acumulados, alcanza ya el billón de euros, por lo que sería necesario un esfuerzo inversor, público y privado, de unos 15.000 millones de euros al año.

¿Por qué no? Eso sí ayudaría a salir de la crisis a toda la zona euro y, más allá, impulsaría el crecimiento económico internacional.