n el 90, Fraga propulsó a Aznar para la reconquista desde el congreso de Sevilla. Había que desalojar a los sociatas, inmersos en algunos escándalos de calado y en otros que, tirando a pintorescos, daban mucho de sí. Para conseguir su propósito, el recién estrenado mandarín de la derecha tuvo que aguardar a la segunda oportunidad. Desde entonces hasta hoy, el efecto corrector ha sido de tomo y lomo y se ha escrito en diferentes capítulos, el último firmado por un tal Bárcenas al que ahora nadie de los propios reconoce aunque se llevó media vida en las entrañas del conglomerado regenerador como, además de los tocomochos periféricos, dejaron su huella Correa, Crespo y El Bigote, no precisamente Arrocet.

Veintitantos años después, Rajoy quiere convencernos desde el congreso de Valladolid que lo peor de la crujía ha pasado, con el marido de Cospedal en primera fila porque, a pesar de que Gallardón alardee de que él no piensa cortar por lo sano se pongan los pecadores como se pongan, el exhibicionismo en casa sigue permitido. A esas horas del fervorín en las que el presidente del Gobierno vino a decirnos que esto está chupao, grupos de ciudadanos contribuían desde 0tra fila „la cero„ con la Despensa Solidaria o asistían a la representación de Armando Buscarini o el arte de pasar hambre, un texto sobre necesidades de todo tipo, físicas e intelectuales, escrito por Juan Manuel de Prada, que sospechoso no es.

Y es que, para mayor dolor de los mensajes hueros, la angustia que nos invade es interclasista y empapa a no pocos simpatizantes del partido que manda. Entre ellos y el resto se rebelan por calles y esquinas preguntándose por la tierra prometida a cuyos lomos Mariano se cargó al malo de la película.

Y, dos años después, resulta que se ha fundido incluso la chispa de la vida. Bueno, salvo la de los que no han salido de la burbuja.