No hace mucho el ministro Montoro dijo aquello de que el problema del cine español era la calidad de sus películas. Quizá peque de ingenuo, pero estoy convencido de que aquella fue una de esas respuestas rápidas que uno da en el momento equivocado. De verdad, de corazón, no creo que ésa sea la opinión real de Montoro. Entre otras cosas porque no es cierto. El cine español tiene otro problema, pero no es su calidad. El problema del cine español es su escasísima conciencia industrial.

Billy Wilder dijo que las tres reglas fundamentales a la hora de hacer una película era no aburrir, no aburrir y no aburrir. Alfred Hitchcock consideraba que el cine, entre otras muchas cosas, no era más que un puñado de butacas que había que llenar. Y George Lucas dejó para el futuro, además de la saga de La guerra de las galaxias e Indiana Jones, aquella frase de «no hagas películas para ganar dinero, gana dinero para hacer más películas».

No me negarán que son tres directores muy diferentes entre sí pero, sin embargo, como muchos otros tantos, comparten similar concepción del cine como un sistema industrial sujeto a determinadas exigencias comerciales. Las mismas que no abundan por nuestro cine. Hace unos años tuve el gusto de entrevistar a Chicho Ibáñez Serrador, y me dijo algo que he guardado a buen recaudo en mi cabeza: «Comercial es una palabra que yo respeto mucho; vulgar es lo peligroso».

Parece que a los españoles nos cuesta admitir que el cine es, en la mayoría de los casos, una exorbitada inversión de dinero que resulta imperativo, como mínimo recuperar. Y para esto, hay que hacer las cosas con cierto pedigrí comercial, que no vulgar. Gracias a esta forma de entender el cine en Estados Unidos pueden cohabitar en un mismo espacio películas tan dispares como Independence Day o Barton Fink. La una es la antítesis de la otra pero ambas se necesitan. Es cierto que una cinematografía, por robusta y curtida que esté, no puede sobrevivir solamente de comida basura, pero no es menos cierto que ningún cine, de cualquier nacionalidad, puede aguantar mucho tiempo sólo haciendo películas en las que se vea crecer la hierba.

Que Almodóvar haya tenido la fortuna de aunar éxito de crítica y público haciendo el cine que le sale de las entrañas no suele ocurrir. Es un ejemplo de cómo lograr la fama haciendo lo que uno quiere hacer pero es un ejemplo muy complicado. Es más fácil que uno consiga llamar la atención del público y la crítica haciendo buenas películas de género, como le ha ocurrido a Amenábar. Sí, después ha hecho cosas menos ´comerciales´ como Mar adentro o Ágora, pero ya verán lo que tarda en volver a los orígenes.

La moraleja no es que dejemos de hacer buenas películas que sólo gusten a unos pocos sino que además de éstas, hagamos películas fáciles que gusten a todos. Francia, Inglaterra y ocasionalmente Alemania lo hacen y a veces las cosas le salen bien. Seguro que allí no se ponen tan nerviosos como aquí cuando se acerca el momento de apechugar con las cifras que ha generado el cine patrio. Ya lo verán.