Ignacio González, presidente de la Comunidad de Madrid, lo apostó todo a la ruleta rusa de Eurovegas. Había una sola bala en el tambor. Una posibilidad entre seis. Si se fiaba de la estadística, las cosas saldrían a pedir de boca. De modo que se metió en la boca el revólver que le ofreció Adelson, el magnate (o mangante, ahora no caigo) del juego y apretó el gatillo. La bala le voló los pocos sesos que tenía. A Ignacio González, que le salió bien la operación del apartamento marbellí, cuya investigación ha costado el puesto a varios policías, se creyó que todo el monte era orégano. Pero esta vez se enfrentaba a un gánster de verdad, no a un chulo de andar por casa. Doscientos sesenta mil puestos de trabajo que se han ido a freír espárragos. Menos mal que eran falsos porque, si no, tendría que pegarse un tiro de verdad, con una pistola auténtica, aunque con una bala de plata en atención a su categoría.

Es el segundo suicidio simbólico al que asistimos en pocos meses en la Comunidad de Madrid. El anterior corrió a cargo de su alcaldesa, Ana Botella, que se fue un día al bingo y apostó su futuro a la operación conocida como Madrid 2020. Las exigencias eran duras. Tenía que hacer el ridículo ante el mundo entero con un discurso escrito para ella en inglés por una mafia universal de oligofrénicos. El caso es que le susurraron promesas imposibles al oído y la pobre lo apostó todo a ese número que implicaba montar el espectáculo que montó. Ahí la tienen, con los sesos también desparramados sobre los cartones. Quizá no había mucho que desparramar pero, poco o mucho, ahí quedó para la historia. Entras en Youtube, pinchas relaxing cup y tienes unos minutos de distracción siniestra asegurada.

Lo malo es que nos acostumbremos a este tipo de economía de casino, que todas nuestras iniciativas tengan más que ver con la lotería que con el trabajo honrado. Por cierto que, hablando de loterías, también la Nacional, y la de Navidad, en concreto, ha jugado con fuego esta temporada. Nos referimos, claro, a ese anuncio en el que se ridiculiza cruelmente a Monserrat Caballé y a Raphael, entre otras glorias nacionales. También ellos se han pegado un tiro a cambio de un plato de lentejas.