Que Alan Turing, uno de los inventores de la computación, elaborase un test de inteligencia para ordenadores midiendo su capacidad para simular, al responder a un interrogatorio, que se es mujer siendo hombre, no sería tan chocante. Pero si añadimos que fue condenado en 1952 a elegir entre cárcel o castración química por su homosexualidad (acaba de ser indultado post mortem por la Reina), suicidándose un año después dando un mordisco a una manzana envenenada, salta la alarma de lo extraordinario, por la acumulación de símbolos; todo ello incluso sin meter por el medio la visión de la manzana mordisqueada que está impresa bajo la pantalla en la que escribo esto (que algunos atribuyen a un homenaje a Turing). Su salida voluntaria del paraíso, tras probar del árbol del bien y del mal, habría sido la más bella broma de los tiempos, y cerraría proféticamente el círculo de la era humana.