Todo empezó el jueves pasado, cuando fui a trabajar pensando que al día siguiente sería fiesta, con lo que, pese a ser jueves, ya tenía 'cuerpo de viernes' y de manera inconsciente había adelantado mi calendario biológico en un día.

Como soy cartagenero, lógicamente quería que ganara el Cartagena, aunque jugase contra el Barça (mi equipo desde niño). Durante el partido, había momentos que no sabía ni con qué equipo iba, porque quería que marcara mi efesé, pero eran muchos años de culé. Me sentía extraño alegrándome de que le metieran un gol al Barça y no celebrando los cuatro goles que ellos metieron. Cuando terminó el partido, ya no eran sólo mis ritmos biológicos los que se habían alterado, sino también los emocionales.

Al día siguiente, no sabía si era sábado (según el almanaque), viernes (dos días de fiesta por delante) o domingo (por las sensaciones del día anterior), así que decidí tomármelo con calma y no pensar demasiado en el tema, que bastante desconcertado estaba ya.

El domingo la cosa se agravó porque era festivo, pero con la mayoría de comercios abiertos y, además, víspera de festivo (como los sábados). Ahora, se me estaba retrasando un día mi calendario biológico (sería para compensar el adelanto del jueves).

El lunes, de nuevo festivo y otra vez cuerpo de domingo. Además, con comida familiar incluida (como los sábados) y yo, a esas alturas, sin saber en qué día vivíamos, aunque, como me ocurre todos los domingos, no tenía ganas de que se acabase el día porque al siguiente tocaba ir a trabajar (de eso sí que estaba seguro).

El martes, cuando llegué al despacho pensando que era lunes, en realidad era martes. Sólo faltaban tres días para el próximo viernes y había una pila de trabajos pendientes esperándome. Tenía la convicción de que 'me faltaba un día' y que no me daría tiempo a terminarlo todo antes del fin de semana, por lo que antes de empezar ya estaba estresado.

Añadan que, como tengo el cuerpo acostumbrado a madrugar, los dos primeros días del puente, aunque no puse el despertador, me desperté a la misma hora que el resto de la semana y que, cuando ya me estaba acostumbrando a dormir un poquito más (los dos últimos días), sonó el despertador porque ya era martes (o lunes, vaya usted a saber) y había que madrugar de nuevo.

Vamos, que al final, este macropuente de diciembre, para mí, ha sido un suplicio. Me ha descompensado los ritmos biológicos, los emocionales y me ha dejado más estresado de lo que estaba. Necesito unas vacaciones para recuperarme. Y esto no es nada, porque acabo de comprobar que este año, Nochebuena y Nochevieja caerán en martes. Ahora, a calentarme la cabeza pensando en cómo utilizo el día de asuntos propios que el ministro Montoro ha tenido la gentileza de devolvernos a los funcionarios.