Partido Popular y Partido Socialista. PP y PSOE. El bipartidismo es un término muy usado en nuestro país. En España estamos, desde hace más de treinta años, gobernados por dos grandes partidos políticos, muy mayoritarios, que, tras la caída en desgracia de UCD, han ido alternando el poder y el sillón del Palacio de la Moncloa, para dirigir nuestros destinos. El resto de los votos hasta las últimas elecciones, ya que de aquí en adelante no se sabe qué va a pasar con el espectro político nacional se repartían entre Izquierda Unida, Unión Progreso y Democracia y los partidos nacionalistas o regionalistas.

España, en la década de los ochenta, tras la Constitución de 1978, se convirtió en una nación dividida en Comunidades Autónomas, cediéndoles competencias desde el Estado central a estas regiones. Pasamos a ser el llamado 'Estado de las autonomías'. Eso conllevaba que cada una de ellas pasaba a tener un Gobierno propio, elegido igualmente cada cuatro años y que representara toda la geografía de dicha comunidad o provincia. Estábamos y estamos en las mismas.

La mayoría de autonomías se encuentran bajo el poder y la gestión de populares o socialistas, dejando resquicio a los nacionalistas (sobre todo en el País Vasco y Cataluña), y a partidos regionalistas como Coalición Canaria y el Partido Regionalista del televisivo Revilla ahora en la oposición. Incluso se han visto pactos que escapan a la lógica política actual, como el de la pasada legislatura en Euskadi entre PP y PSE con Patxi López como lehendakari, o el actual en Extremadura con Monago gobernando con el apoyo de Izquierda Unida.

Con los matices aludidos, ocurre en definitiva que el bipartidismo ha calado hasta las unidades administrativas más simples de nuestro país: los municipios. En los más de 8.000 municipios que hay en España podemos encontrar desde alcaldes de los grandes partidos, que dominan su municipio durante décadas, hasta alcaldes que se presentan bajo las siglas de partidos que sólo concurren en las elecciones municipales pasando por coaliciones de tres, cuatro o cinco partidos diferentes, incluso dejando en la oposición al candidato más votado.

Esa está la cuestión. ¿Podemos aplicar el 'todo vale' por conseguir el despacho de la alcaldía? ¿Da igual lo que se proponga desde estos partidos minoritarios si su ofrecimiento es gobernar y poder desbancar a los que han conseguido un resultado electoral similar? Con la prudencia por bandera, hay que tener mucho cuidado con los pactos de sangre que en muchos pueblos se hacen, y sobre todo, hilar muy fino en las condiciones que aceptan con tal de conseguir ser el primer edil. En las últimas semanas se ha leído en prensa algún que otro caso de partidos que, con un simple concejal, están haciendo tambalear un Ayuntamiento y por consiguiente, un municipio por desavenencias, fobias y rencores personales.

Un pacto debe ser responsable, sincero, y sobre todo, beneficioso para el pueblo y sus vecinos. Nunca olvidemos que la política es un servicio, aunque algunas veces muchos gestores de lo público sufren amnesia selectiva sobre esto.