La devaluación interna se nota a la larga, al mirar atrás, pero en tiempos tan conectados se percibe en tiempo real. Adopto esa expresión porque es sinónimo de ´presente´ y, además, recuerda que el pasado y el futuro, que tanto nos condicionan la visión de la vida, son tiempos irreales.

Esas bajadas de sueldos, esos aumentos de horario, esas suspensiones temporales del trabajo, permiten ver volar el dinero. Hay miles de personas, decenas de disposiciones, leyes, decretos que te quitan del bolsillo treinta euros en un instante. El repago de los medicamentos, la subida de la luz (con esa energía que hace que cuanto más pagues más debas), algún impuesto de los que iba a bajar...

El tiempo real es carísimo, sube una barbaridad y no sale en la foto de la inflación. Pese a estar tan devaluado, hay gente que se puede pagar el presente y duda que pueda abonar el futuro, ese tiempo irreal que nunca existió y que se ve tan mierdoso que la frase de moda es «Virgencita, que me quede como estoy», sacada de un viejo chiste de peregrinos a Lourdes. Parte de la abolición del futuro está en la restricción del crédito. El crédito daba expectativa. A lo mejor te morías pero el banco creía que no. «A treinta euros al mes compro el Peñón de Gibraltar», se decía. Está ahora Gibraltar como para comprarlo, por Gibraltar y porque no hay mucolítico que haga fluir el crédito.

El tiempo real hace que en el laberinto de la primera necesidad del supermercado, entres con un carrito, continúes con una cesta y puedas acabar en la salida sin compra. La peor hora son los viernes a las tres de la tarde si te entran en el teléfono los avisos de los gastos del banco y si en la cola de la caja te conectas a la rueda de prensa del consejo de ministros donde Soraya Sáenz de Santamaría es una Mayra Gómez Kemp invertida, que cuando más salva España menos dinero nos deja en la cartera y menos derechos en el carné.