Hace unos días que el Banco Central Europeo (BCE) bajó un cuartillo su tipo de interés, dejándolo en el 0,25%. La noticia se acompañó de la valoración «por sorpresa». Lo auténticamente sorprendente es que una medida de esta naturaleza, con todos los datos económicos sobre la mesa, pueda causar sorpresa.

La inflación de la zona euro está en el 0,7%, cuando el objetivo de estabilidad de precios que tiene marcado el BCE es aproximarse, ligeramente por debajo, al 2%, y con evidente riesgo de entrar en deflación.

La evolución del PIB en Alemania y Francia „que son los que realmente pesan„ en el tercer trimestre, no ha sido para alegrías; la francesa ha decrecido y la alemana se ha desacelerado hasta el 0,3%, viniendo de un crecimiento del 0,7%.

Parece, pues, razonable esperar una rebaja de los tipos de interés por parte de la autoridad monetaria. Se trata de una medida correcta que, sin embargo, llega muy tarde, y que va a tener efectos muy limitados, dado que (será necesario repetirlo muchas veces) nos encontramos en una trampa de liquidez. Por tanto, deberíamos esperar todavía más del BCE que, cierto es, ha anunciado que va a mantener los tipos bajos por un periodo de tiempo todavía prolongado y facilidades de financiación a la banca, así como que no descarta otras medidas.

En definitiva, creo que la rebaja de los tipos ha sido adecuada, aunque tardía e insuficiente, por lo que no cabe esperar de la misma unos efectos excesivamente positivos.

Lo relevante es que no ha sido una medida adoptada por unanimidad. Aunque las actas de las sesiones del Consejo de Gobierno no son públicas, algunos de sus miembros, el alemán y otros de países del Norte, con clara influencia alemana, se han encargado de filtrar que votaron en contra de la medida.

Y los alemanes insistiendo en que existe una corriente de germanofobia, que por supuesto es injusta.

Los estereotipos y las etiquetas suelen hacer que nos equivoquemos, por exceso de simplismo. Pero también es verdad que, en ocasiones, la única forma de entender algunas cosas es con un cierto grado de simplificación.

Alemania, por razones culturales, observa la realidad de una forma distinta a la que lo hacen otros: no ha conseguido superar el trauma vivido entre las dos guerras mundiales y considera que la inflación es uno de los mayores males a los que puede enfrentarse una sociedad; desde una visión excesivamente puritana, defiende que algunos países „básicamente los del Sur de Europa„ han cometido excesos por los que ´deben pagar´ y cree que es básico mantener, de forma permanente, el equilibrio presupuestario, para lo que algunos tienen que tomar grandes dosis de austeridad. Quienes lo han hecho mal son ´culpables´ y es su responsabilidad resolver sus problemas, sin que sea ´justo´ que se pida que Alemania modifique su política para resolver males de terceros.

No les falta algo de razón. Pero, claro, no la tienen toda.

Esa pareja que se compró una vivienda, a un precio desorbitado, trabajando los dos de mileuristas, y con contratos temporales, financiada con un préstamo hipotecario a cuarenta años, cometió un exceso, que ahora no puede digerir. Cierto; pero lo hizo con la inestimable colaboración de su banco, que, además, le ofreció más del 100% del precio de adquisición, para que también pudieran amueblar la casa y/o comprarse un coche. Algo de responsabilidad tendrá el banco ¿no?

España, por poner un ejemplo cercano de país del Sur de Europa, vivió más de una década de ´borrachera´, con una gran burbuja de crédito, que excedía con mucho su capacidad de financiación y que dio lugar a otra burbuja, ésta inmobiliaria. Sí, cometimos un error. Pero lo hicimos con la inestimable colaboración de los bancos alemanes, que «pusieron el alcohol para la fiesta». Algo de responsabilidad tendrá el exceso de ahorro alemán ¿no?

Muy recientemente, el nada sospechoso Olli Rehn „comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios„ ha señalado que Alemania tiene que hacer más esfuerzos para corregir los excesos de su superávit comercial. En otros términos, los alemanes deberían cambiar algunas cosas para incrementar su demanda interna y reducir su ahorro. Eso sí, Bruselas lo ha dicho con toda la cautela del que sabe que está ´riñendo´ al alumno aventajado de la clase. El Tesoro de los EE UU de América, en un reciente informe ha sido mucho más contundente y ha acusado a Alemania de contribuir a mantener un riesgo deflacionario a nivel mundial, como consecuencia de su enorme superávit por cuenta corriente. Alemania se está beneficiando de un tipo de cambio relativamente devaluado del euro, que sería inviable con el marco y su persistente superávit.

¿Existe realmente germanofobia? Desde luego, no es mi caso; pero no me atrevería a asegurar que no existe un creciente sentimiento de hartazgo hacia sus posturas.

Alemania ha hecho muy bien las cosas que benefician a Alemania, pero no hace tan bien lo que le vendría bien al conjunto de Europa. La Europa Común la inventaron para alejar los riesgos de más guerras entre europeos, después de haber vivido dos muy cruentas en menos de medio siglo. En la Europa del euro, Alemania no debería hacer exclusivamente lo que le conviene a Alemania, por comprensible que sea. Sería injusto no reconocer que está siendo solidaria con los países con más dificultades; es verdad que lo está siendo con contribuciones exclusivamente financieras que, sin embargo, no van a solucionar los problemas; pero no lo está siendo a la hora de desarrollar el conjunto de sus políticas, lo que sí podría contribuir a las soluciones.

Seguramente, con la actual estructura de la Europa del euro, el problema no tenga solución. Algunos prestigiosos economistas alemanes, justifican las diferencias de sus políticas con la de los EE UU diciendo que se trata de una unidad política, mientras que Europa no lo es. Cierto. Quizá la única solución sea que ´la canciller de turno´ tenga que pedir el voto no sólo en Baviera, sino también en Andalucía.