Perdone que le moleste, pero es que hoy estoy más caliente que Carmen de Mairena en un after. Con esto de las becas se me pone la sangre para hervir pasta. Y por eso, para no ebullirme, intento abstraerme consumiendo televisión junto a una rubia alcohólica como ella sola en una mano y un cigarro caliente en la otra, mientras me jalo el programa televisivo estrella de esa cadena especial para hombres muy machotes. Ese que va un grupo de lo más variopinto que parece salido de Acción Mutante a pujar por las miserias dejadas a su pesar por los norteamericanos arruinados en su Wall Strett particular.

La banda en cuestión es una mezcla entre Doce del patíbulo y El pelotón de los chiflados. Estos, se lo digo yo, dejan en mantillas a más de un diputado a Cortes y no precisamente de helados (chambis en Cartagena y territorios afines).

Como le digo, constituyen un grupo variopinto que se dedican unos a los trastos viejos, otros al mercadeo de segundas manos, y van de ciudad en ciudad pujando en subastas de trasteros de alquiler abandonados por sus dueños. Ya sea porque estos están ya más amojamados que el peluquero de Churchill o porque no han podido aflojar el alquiler de los mismos a la sita Rotenmeyer.

En esta pandilla de desnortados destaca y brilla con luz propia una chica que en realidad no es una de las protas, es la mala hostia personificada. Esta chica se llama Brandi y vive adosada a uno que está poco hecho, que le falta un hervor y pierde casi siempre los dichosos trasteros en el último momento porque le levantan la liebre. Y claro está, la insatisfecha „comercialmente„ Brandi lo mira con tal cara de asombro y de repentina estupidez cada vez que lo dejan en blanco, que el pobre hombre rellena los Dodotis en un santiamén.

Diríase que este programa lo protagonizan „sin haber pasado siquiera junto a la puerta del Actors Studio„ por becarios. En los USA, un becario es aquel individuo sin experiencia, el cual es exprimido como un esclavo y, encima, se le culpa de todo lo que pueda salir mal, eximiendo al superior de turno.

En España gozamos „un decir„ de un tipo particular de becas. A la hora de solicitar una de ellas, has de moverte con mucho tiento: al menor descuido, puede salirte el tiro por la culata. Esa que explota por pocos perdigones que coleccione si ha sido mal engrasada.

Ahora resulta que el personal está mosca por una novedad humillante: ¡han de devolver el importe íntegro de las mismas al no haber alcanzado los requisitos académicos! Y quieren, como mínimo, abrasar „con ese„ el Congreso.

En mis ya lejanos años universitarios, me zampé dos cursos académicos en uno porque no tenía donde caerme muerto y había que llegar a fin de mes. Experiencia de la que muchos hablan pero que casi nadie ha visto y vivido de cerca.

Vivía, como digo, en un piso de mala muerte en la bella Granada con sus simpáticas cucarachas y con un frío que se te metía en el tuétano y te cerraba el agujero homónimo.

Convivía con lo más selecto de la sociedad: uno de ellos era un pobre chico de pobre etnia gitana que me quitaba el pobre aceite de oliva „que me agenciaba yo en el súper con mucho esfuerzo„ para lustrar sus pobres botas macarras de plástico, y que tenía a sus amados progenitores residiendo en Villa Candado a costa del Estado.

El otro era el hijo de un honrado albañil que se iba todos los meses a firmar el PER a Antequera. Ya puesto, venía cargado de molletes, por cierto, buenísimos. Esas peonadas sí que eran virtuales y no las películas en 3D que nos invaden últimamente. Con lo defraudado, el animalico se mercó un coche. (Dato: regularmente, yo me desplazaba en autobús de línea y a veces, por variar, en el de San Fernando).

El último de Filipinas, el tercero en discordia, era un menudo chico malagueño con escasos recursos „pero suficientes, a los hechos me remito„ para pagarse el carné de conducir con la beca de estudios. Otro espabilado más.

Esto de las becas es el contertulio (con eñe) de la Bernarda. Aquí, el más tonto hace relojes, pero de cuco.

A mí, particularmente „y más cular que mente„, el señor Wert me ocasiona más ardores de estómago que un pastel de morcilla a las tres de la madrugada, pero en una cosa lo he de alabar: las becas son para quienes se las merecen. «No por el hecho de carecer de recursos hemos de sufragar entre todos tus estudios. Las becas han de ser un premio por tu esfuerzo, no una compensación por tu estatus».

Aquí parece que en cuanto se exige un mínimo esfuerzo „un seis de diez de nota media ponderada„, se está retrocediendo „se involuciona, dicho en exquisito„ en las llamadas conquistas sociales. Pues no, lo que se pide es sentido del respeto. Se piden resultados académicos. Se pide honradez.

En la anterior EGB, el sacar un seis significaba que habías hecho el examen así: bien. Y es lo que se pide: hacer bien las cosas. No ser notable ni sobresalir del rebaño.

Las becas salen de mis impuestos, de los nuestros, de los suyos (incluidos también los de los políticos). Y hasta de los tuyos, aunque te cueste creerlo. No aparecen en el segundo cajón de la cómoda por arte de magia.

Habrá que hacer como La Brandi Trastera al pedir una beca: poner cara de trastorno súbito. Lo mismo se apiadan y te la conceden, merecida o no.