El gran problema del parque temático autonómico es su financiación. De ahí todo lo demás. Si las Cortes constituyentes no se hubiesen plegado a las exigencias del nacionalismo vasco de un sistema fiscal, el foral, paralelo e independiente al del resto, tendríamos menos disputas territoriales. Sobre todo las alimentadas por el agravio del vecino. El nacionalismo catalán tenía como meta un marco similar al vasco y el navarro. Aquí un simple ejercicio de sentido común; si extendiéramos la fiscalidad foral a cada una de las provincias, como las juntas de cada territorio histórico, muchas, la mayoría, serían inviables. Es decir, no habría para pagar ni las farolas de la calle. Del resto de servicios públicos básicos (hospitales, centro de salud, colegios, cuerpos de seguridad y servicios de emergencia) directamente nos olvidamos.

El juego del PP y PSOE de mimetizarse con el nacionalismo para pescar unos cuantos votos en comunidades 'históricas' se ha vuelto en su contra. En Cataluña, Alicia Sánchez Camacho pide ya abiertamente un pacto fiscal plato que Rajoy ya tiene prácticamente cocinado a falta del toque final de pimienta, sal y mucho descaro. Pere Navarro, el prócer del PSC, no sólo aspira a un trato preferente para la singularidad catalana sino que, también, quiere que le dejen elegir algo con lo que ni él ni los suyos se aclaran; como seguir viviendo con los beneficios del Estado que tanta guita les suelta pero sin pertenecer a él. Su versión de la independencia.

Andalucía, cuya financiación Zapatero mejoró concienzudamente junto con Cataluña para sostener su pinza electoral, reclama su parte con la fuerza de ser el mayor caladero de votos que todos ambicionan. Para la Comunidad de Madrid, plaza de muchos 'liberales', Rajoy y Montoro son incómodos recaudadores. Las relaciones entre Ignacio González y el Gobierno son malas, tanto como las que tuvo en su día Murcia con Álvarez-Cascos. El rompecabezas es simple. No hay más tarta que esta y para poder mejorar a Cataluña hay quitar de otro lado. Y ese lado con las reglas del juego actuales es sustancialmente Madrid. La algazara en el PP y el PSOE es un sin vivir. Rubalcaba insiste cada lunes en una España federal de aristas torcidas y ejes completamente asimétricos. Mientras, no acaba de explicarnos cómo piensa cuadrar las cuentas aparte de luchando contra el fraude fiscal medida que nunca le dio tiempo a aplicar cuando se sentaba el los Consejos de Ministros.

En el PP se han puesto de dientes con Alicia desde el país de sus maravillas. Esperanza Aguirre, la lideresa patriota, en un amago de populismo desde la barrera, aboga también por un trato especial para Madrid. En lugar de proponer la revisión del sistema fiscal español evitando la sobrefinanciación millonaria injusta para unos y la mala financiación perenne se sube al carro del nacionalismo. Quizá lo haga para recordarle a Rajoy que ella sólo se ha retirado del ruedo y sigue ahí, agitando la bandera de su versión del liberalismo patriota.

Valcárcel les ha dicho que de ninguna manera se puede aceptar un trato especial para Cataluña. De paso ha enviado un mensaje de humo a los disidentes de la tribu. No obstante lo que diga Ramón Luis en la calle de Génova es como la tinta del calamar; enseguida se diluye. Pero en este viaje ha tenido suerte. María Dolores de Cospedal se desmarca de las fantasías populares de los encajes personalizados. El PP murciano puede ahora respirar hondo y estar seguro de que en esto sí le harán caso porque aunque en su día se rechazara el Estatuto de Castilla-La Mancha en el Congreso con la presencia de un Valcárcel radiante en satisfacción sabemos muy bien quién manda. Lo estamos viendo con el memorándum del Tajo-Segura. Y aquí se hace lo que diga María Dolores.