No sé si el lector recordará ese concurso, tan casposo y español, valga la redundancia, en el que los niños pintaban, escribían o hacían un collar de macarrones expresando lo que era un rey para ellos. Bueno, un rey cualquiera no, Juan Carlos I. Seguro que se le viene ahora a la mente esa imagen de telediario en la que niños con pelo relamido por la lengua de un caballo y niñas disfrazadas de meninas eran recibidos en la Zarzuela por el monarca en lo que era, sin duda alguna, un gesto más de su habitual campechanía. Ignoro si este concurso se sigue haciendo, pero el entorno de la Casa Real, siempre dispuesto a hacer un impecable (no sé si voluntario) servicio a la causa republicana, debería estar pendiente del asunto.

Yo, que no soy sospechoso de especial afección al monarca, me he levantado conciliador y dispuesto a echarle un cable a los asesores de palacio. Así que me permito comentar las posibles obras que la muchachada puede presentar en próximas ediciones y que podrían provocar que se le cayera el monóculo al mismísimo Spottorno en el té, el bourbon o lo que sea que tome. Que los críos de ahora son muy cabrones.

Así, por ejemplo, alguna criatura podría dibujar al Rey rodeado de elefantes bajo un letrero que pusiera «para mí, Juancar es un defensor de la naturaleza». O puede que otro presente un dibujo titulado «para mí el Rey es como mi abu», y salga un señor con corona y muletas llevando a algún nieto repetidor al Instituto Nóos. Ya se sabe que estos locos bajitos a veces oyen campanas, pero no saben por dónde. Eso por no explorar otras posibilidades. Que como ya cada vez la infancia les dura menos, lo mismo a alguno le da por pintarlo con una rubia de rasgos germánicos y titular el dibujo «para mí el Rey es como mi hermano mayor, que se fue de Erasmus y vino con novia».

Ante este panorama asisto horrorizado a la posibilidad de que esas propuestas puedan ser reales y, desde mi más firme compromiso con las instituciones monárquicas, me veo en la obligación de participar con la mía propia. No sé si estoy en el rango de edad, pero espero que hagan una excepción o que me incluyan en la sección de ´fuera de concurso´. Yo no tengo grandes dotes pictóricas, así que me limitaré a mandar un folio con el texto que sigue, pidiendo por adelantado disculpas al lector por un entrecomillado tan largo.

«Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males. Lo he buscado ávidamente dentro de la ley y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien prometió observarla».

En realidad, ese texto no es actual, aunque podría. Ni tan siquiera es mío. Es la renuncia de Amadeo I al trono de España en 1873. Un rey traído por Prim desde Italia y al que le tocó una época compleja de nuestra historia, de grandes inestabilidades políticas y conflictos. Amadeo I lo intentó, pero no pudo con los españoles y su ya arraigado cojonudismo. En cualquier caso, ese fragmento refleja en su contenido y sus formas, qué es un rey para mí. Entonces y hoy.