Graham Greene retrata en Viajes con mi tía a un personaje que recoge la duración al segundo de sus micciones, en una libreta tipo Bárcenas. El novelista anticipaba la obsesión por la contabilidad fisiológica del ser humano del siglo XXI. Las personas que monitorizan sus pulsaciones a perpetuidad, además de sus horas de sueño o del tiempo que invierten hablando por teléfono, son el primer paso hacia el cyborg y hacia una revolución sanitaria. También son cada vez más.

Kurt Gödel, quizás el hombre más inteligente de la historia, contabilizaba exhaustivamente sus deposiciones. La fiebre del autoanálisis, que se refugió en objetivos tan encomiables como el control continuo del azúcar en sangre para diabéticos, se ha trasladado a empresas más frívolas. Los nuevos adictos la han extendido a la revisión metódica de sus marcas atléticas o de su carrera hacia el adelgazamiento.

De acuerdo con las leyes del mercado, la función no crea el órgano. A la viceversa, la existencia de ingenios con memoria sobrada para albergar la peripecia de una vida entera, ha suscitado la histeria por conocer los vaivenes mínimos del organismo. Con la pretensión de costumbre, la inmortalidad, que se disfraza bajo la modesta pretensión de lograr una rutina más ordenada.

Cuando Sócrates predicaba «conócete a ti mismo», no imaginó que se alcanzaría tal grado de percepción íntima. Así, un neurocientífico tejano se somete a un escáner cerebral y a un análisis de sangre semanal. Esta fiebre orgánica debía cuajar en una organización, que se llama Quantified Self o Identidad Cuantificada.

La cuantificación electrónica del ego está investida del libertarianismo tan arraigado en Estados Unidos. Internet no sólo se cierne como una amenaza sobre la prensa o la enseñanza tal como las recordamos. También la salud sufre el acecho de los autocuantificadores, que se declaran independientes de los médicos.

Por lo menos, el paciente se presenta en la consulta con el trabajo ya hecho. La inmensa tabla de datos que ofrece a su doctor recoge variaciones infinitesimales en los ritmos de sus entrañas. Claro que descifrar esta marea resulta más arduo que el clásico examen manual. De nuevo, un ordenador auxiliará al profesional para adentrarse en la jungla de big data. Ahora mismo, los médicos pasan más tiempo mirando el ordenador con el historial de su paciente que al sujeto en cuestión, por no hablar de la burocracia adjunta. Los cuantificadores del ego han mimetizado la fe electrónica de los profesionales sanitarios.