Aún alarmado por tanta alarma y notición, les cuento hoy sobre el caso del presunto suicida de Murcia. En las proximidades del palacio de San Esteban, sede del Gobierno de la Comunidad de Murcia, se recuperó la tranquilidad después de una larga tensión, desde la mañana del pasado miércoles. Volvió la normalidad ya entrada la noche, cuando los 'geos' retiraron a un hombre atrincherado en un piso, que anunciaba suicidarse y ostentaba varias armas, una de ellas de fuego.

Felizmente el incidente no ha ofrecido víctimas, y fíjense que se emplea esa expresión, 'ofrecer víctimas', u otra sinónima, 'ofrecer gravedad' o 'presentar víctimas', cuando la locura o el azar ciego, la fuerza desatada de la naturaleza, un volcán, un terremoto, son la única explicación que encontramos para esos casos de tragedia; y como si las muertes o pérdidas fueran una ofrenda a los dioses, un presente que les ofrecemos para calmarlos, de algún modo.

La locura, la enfermedad psiquiátrica por excelencia, ha estado clásicamente en el origen, al menos, de los actos absurdos que protagoniza un ser humano, como este 'hombre de Murcia' que por unas horas ocupó la primera plana de las noticias nacionales. Así, con este mote de un 'hombre de Murcia', recuperarán esta noticia los prehistoriadores del futuro. Volviendo a nuestros días, las adicciones a las drogas, sobre todo, duras, como la heroína, han reemplazado a la clásica locura de su primer lugar como causa de enfermedad mental.

En el ranking de las perturbaciones mentales peligrosas la psiquiatría moderna sitúa, incluso, a varios puestos por delante de la locura, otras patologías, como el síndrome del político que una vez llega al poder pega el culo a la silla e identifica esa parte de su anatomía con el asiento que temporalmente ocupa; el síndrome del expolítico, que suele exigir cura en Bruselas o en otro balneario de las instituciones del Europa; el síndrome del concejal (muy frecuente en el área de Hacienda o de Urbanismo) que fuma constantemente puros regalados por un especulativo constructor y que aprueba proyectos mastodónticos sin mirar las perras que cuestan a los ciudadanos; y, así, muchas otras conductas sociópatas, que afectan a los seres humanos actuales, están en una línea de morbosidad social superior a la locura.

Ha pasado de moda la vieja 'manía' que inspiraba a los poetas y a los profetas y que idealizó Platón y Marsilio Ficino en su comentario al Convivio o Banquete platónico. Y aquella otra modesta y sencilla locura, historiada por el filósofo francés Michel Foucault, que durante siglos fue marginada por la sociedad y reducida en manicomios, hoy ha sido degradada de la atención de la ciencia. Un amigo mío que pasó una temporada en el psiquiátrico de El Palmar recibió al salir esta frase del director: «Ya nos dejas, pero que sepas que el manicomio está ahí fuera; aquí dentro están las oficinas».

A alguna institución murciana, de esas pagadas por todos nosotros y que encargan y publican muchos informes anuales (como, por ejemplo, al Consejo de Gobierno de la Región, o a alguno otro de los múltiples consejos de los consejeros de Educación, Trabajo, Empleo, Vivienda, etc. o, por caso, a la misma concejalía de Sanidad del Ayuntamiento de Murcia) pediría que estudiasen si, por un casual, puede haber otros motivos detrás de las conductas autodestructivas o violentas, más allá del caso del 'hombre de Murcia'.