Un cigarrillo no dura nada, por eso hay que fumar otro enseguida. Y cuando decimos nada es nada, sobre todo si te lo fumas en la terraza de un bar, con el viento en contra, atizando el ascua. Dura menos aún si es el único cigarrillo que te fumas al día, a media tarde, para acompañar el gin tonic generoso del final de verano (que no del veraneo). No dura nada, nada, nada. Acabas de encenderlo y ya ha devenido en colilla, de ahí la necesidad de encender otro. Llevabas veinte o treinta años sin fumar, se dice pronto, lo que se tarda en hacer cuatro o cinco carreras de Derecho, tres o cuatro de Medicina o siete de filología.

Veinte o treinta o años, lo que se tarde en escribir diez o doce novelas, mil artículos, lo que se tarda en tener un nieto, una nieta, un pólipo, un tumor pulmonar, lo que se tarda en llegar a la jubilación. Veinte o treinta años, se dice así, con esta facilidad, veinte o treinta años, lo que se tarda en ser despedido de la empresa de siempre, lo que se tarda en ver morir a los padres, a los amigos del alma, lo que se tarda en construir un proyecto adulto, si hay proyectos adultos, el tiempo de envejecimiento de un buen coñac, el tiempo de diez guerras, el tiempo que tarda la población mundial en duplicarse, veinte o treinta años durante los que han pasado cientos de negros por la silla eléctrica, miles de pobres por la fosa común del olvido, millones de virus o bacterias por el conjunto de aparatos intestinales de los mamíferos del universo.

Veinte o treinta años llevabas sin fumar, lo que tardaste en hacerte viejo, en quedarte calvo, en dejarte la barba, lo que tardaste en hacerte mezquino, en hacerte cobarde, en dormir mal, en construir ese rostro del que ya ni la genética ni la herencias son responsables, porque es tuyo, es una obra tuya al modo en que este edificio es de Fulano o de Mengano, como la Luna es de los yanquis, como El jardín de las delicias es de El Bosco, como el Watergate es de Nixon y la Cuba resultante es de Fidel. Veinte o treinta años llevabas sin fumar, gilipollas, y te pones ahora a ello, este maldito verano de crisis en el que con el precio de una cajetilla de Camel vive una familia durante una semana. Te pones a fumar ahora para descubrir que un cigarrillo no dura nada y que por eso mismo tienes que encender otro enseguida.