Los historiadores sociales del futuro estudiarán entre las paradojas del siglo actual la ruina de la privacidad cuando más se habla de ella como derecho fundamental de la persona. Miramos y somos mirados precisamente en aquello que queremos reservar. Al igual que los objetos deseantes de Lacan, la vida del otro nos devuelve la mirada. Es una violación falsamente normalizadada a escala individual por el sucio 'voyerismo' del entretenimiento televisivo y el secuestro comercial de nuestros teléfonos y correos electrónicos. A escala planetaria, el espionaje cibernético se lleva por delante 'declaraciones universales', constituciones y códigos penales como si todos y cada uno mereciésemos la sospecha de conspirar con el terror. La realidad del caso Snowden ha empequeñecido las ficciones literarias más exaltadas, sin otra justificacion, por parte del omniespía, que la de «todos lo hacen». Si esto es una justificación, a ver quien nos discute, a usted y a mi, el derecho a saber lo que este asunto nos descubre y descubrirá. Porque si 'todos' no significa 'cada uno', el argumento no se sostiene.

El recorrido ético y politico de tan grave cuestión exige tal vez una cierta perspectiva. Pero la tenemos en demasía para enjuiciar el asalto que las lìneas telefonicas hacen impune. Cualquier día y a toda hora invaden nuestra libertad electiva con ofertas de productos o servicios indeseados, voces anónimas que recitan los mensajes o simples robots inasequibles a una protesta o una pregunta. Ya colgamos el teléfono apenas comienza el discurso, porque todos son iguales y se delatan desde el saludo. Pero nada nos libra del timbrazo y la interrupción de lo que estábamos haciendo. Y aún queda el 'spam' electrónico cuando para el trabajo o la comunicación personal abrimos el e-mail. Se ha calculado que, al menos el 80 por 100 de lo que aparece en 'bandeja de entrada', es bazofia no pedida en caracteres latinos, griegos y hasta rusos, cuya eliminación nos roba mucho tiempo.

No se entiende que aún confíen los vendedores en esa detestable intromisión, no alertada cuando contratamos líneas de teléfono o sitios de Internet, y mucho menos amparada por ley alguna. Sin entrar en vaticinios sobre el punto de saturación que haga deseable la 'spendid isolation' de hace muy pocos años, habría que saber el móvil real de esas llamadas inútiles, así como dónde o de quiénes se consiguen nuestras direcciones. Está asentado el abuso de exigir teléfono y dirección de e-mail para cualquier trámite cotidiano. Aún así, el factor de lo innumerable invita a sospechar megaestructuras del tipo de la descubierta por Snowden. Lo insoportable es pensar que, por nacer todo del mismo origen, sea pura ingenuidad esperar que los proveedores restrinjan el uso indiscriminado de los servicios que contratamos y pagamos.