Alemania parece haberle cogido últimamente gusto a dar lecciones al resto de los europeos aunque luego se defienda diciendo que cada país es libre de seguir su propia vía. El último ejemplo lo tenemos en las declaraciones de la canciller Angela Merkel a varios medios continentales y uno británico que acudieron a ella como quien lo hace al oráculo de Delfos.

Para Merkel, el desempleo juvenil es "tal vez el problema europeo más urgente en estos momentos". Y como ellos, los alemanes, tienen experiencia desde la reunificación en combatirlo con medidas estructurales, la canciller se ofrece generosamente a compartir con los demás esa experiencia.

Uno se pregunta si la líder de la CDU se refiere a los famosos 'minijobs', esos empleos precarios, a tiempo parcial y mal remunerados en un país todavía sin salario mínimo interprofesional que tanto parecen gustar también a nuestra patronal.

Merkel no explica, por ejemplo, cómo hay hoy tantos jóvenes alemanes, sobre todo de la antigua Alemania Oriental, trabajando en el sector servicios en países vecinos de habla alemana como Suiza o Austria. ¿Será porque encuentran allí trabajo mejor remunerado que en casa?

Reconoce la canciller que muchos jóvenes de los países en crisis no consiguen fuera un puesto acorde con su formación, pero señala que en cualquier caso la experiencia adquirida en el país de destino siempre les será útil.

Tal vez en efecto si quienes han estudiado física o ingeniería aprenden algún idioma fuera podrán, si deciden volver a casa, trabajar de camareros o de recepcionistas de hotel gracias al alemán, al sueco o al holandés, ya que mientras tanto, con tanto recorte en I+D, se habrá destruido buena parte de nuestro tejido industrial.

Y si tienen suerte, aprenden el idioma extranjero rápidamente y encuentran el trabajo que corresponde a aquello que estudiaron, aportarán una cualificación que al país receptor le habrá salido totalmente gratis: es lo que antes se llamaba fuga de cerebros y ahora nuestros políticos neoliberales califican de 'movilidad exterior'.

Llama también la atención la respuesta que da la política cristianodemócrata cuando se le comenta que los problemas del mercado laboral tienen raíces profundas. "No es prudente", dice Merkel, "que en algunos países se flexibilice el derecho laboral sólo para los jóvenes y no para los mayores que tienen trabajo desde hace tiempo". De lo que se deduce que no es que la canciller esté en contra de 'flexibilizar' el empleo -o lo que es lo mismo, facilitar el despido- sino que debe ser para todos.

Sólo así evitaremos el mal que tanto le preocupa: que haya una 'generación perdida'. Y, mientras tanto, la consigna de Berlín es dar largas: por ejemplo, con la unión bancaria que muchos reclaman con urgencia y sobre la que dice que "la velocidad, sin un orden riguroso, no sirve para nada".

El problema es que, como denuncia una de las mejores cabezas de Los Verdes de aquel país, Jürgen Trittin, pese a algunas medidas electoralistas de última hora, para la canciller alemana los sueldos altos, el Estado social o los estándares medioambientales son sólo otros tantos obstáculos a la competitividad de la industria germana, que es lo que se trata de defender por encima de todo.

Y todo ello, sin embargo, es lo que no dejan de reclamarle las izquierdas y los sindicatos de los países periféricos porque sólo un aumento de la demanda en el país motor de Europa podrá dar el impulso que necesitan sus maltrechas economías. Pero la canciller no está evidentemente por la labor.