El día que le abrió la puerta, en un gélido día de enero, resplandeció el sol. Ante propios y extraños, ese antiguo trovador, de la mano de Gallardón, Bono y Zaplana, alardeaba de su gatuna astucia para sellar la alianza con los grandes que aseguraba subirse al tren del AVE. No importó sacrificar el mantenimiento y operativa óptima de la convencional Cartagena-Madrid, que poco tiempo después reventaba en Tobarra y Chinchilla. Murcianos, cartageneros y lorquinos debían celebrar los resultados de las grandes dotes de persuasión de nuestro hombre máximo. No importaban los rodeos de bajar a Albacete, subir a Cuenca para descender a La Encina, que bifurca Valencia y Alicante, hasta llegar a Murcia-Lorca y Cartagena a través de un ramal.

Transcurrida sobradamente una década, Madrid comunicó en Alta Velocidad toda Castilla-La Mancha (Toledo, Puertollano y Ciudad Real con el AVE-Sevilla y Guadalajara con el AVE-Barcelona), siendo Albacete-Cuenca por Valencia la última agraciada. Pero llegó el comandante y mandó parar; terminaremos Murcia sin soterrar y punto y final; todo lo demás, un tercer rail sobre el trazado actual a Cartagena y aquí paz y después gloria.

Y se queda la cara de bobo, del confiado engañado, del ignorante atrevido reconociendo por su osadía. El que abrió la puerta, agasajó a los célebres, departió en las alturas y se esforzó como el mejor anfitrión invitando a la comida, hoy digiere la metabolización de un engaño en el que, cual pardillo, fue convertido en convidado de piedra.