Aznar se ha puesto de pie mientras suenan los clarines; Rajoy espera sentado. En realidad siempre ha sido así. Son dos formas distintas de ver la corrida. El pequeño, el hombre de acción, habla de actuar frente a la fatiga y se dedica a lanzar advertencias que hasta ahora han servido para que la vieja guardia lo jalee. Al menos una derecha quiere de nuevo al lobo pastoreando el rebaño, y el lobo de momento se conforma con indicar el camino.

Probablemente no se esté postulando, pero las cosas que empiezan así suelen acabar de otra forma. Si lo jalean terminará por gustarse más de lo que acostumbra. Si le dicen que en sus manos está llevar a cabo las reformas que reclama no es difícil que se decida a intentarlo y acaricie la tentación de convertirse en el nuevo salvapatrias. No hay que olvidar, sin embargo, que Aznar tuvo en la mayoría absoluta de 2000 la oportunidad de emprender lo que ahora en circunstancias extremadamente difíciles, aunque por ello de mayor urgencia institucional, le está exigiendo a Rajoy, el delfín que le salió rana, y a la dirección del PP que pone trabas a la carrera política de su mujer.

Dado el oportunismo que encierra la jugada, no se trata tanto de valorar lo que propone Aznar como lo que pretende conseguir poniendo al presidente del Gobierno, que él mismo eligió en un turbulento fin de ciclo, contra las cuerdas ¿Tiembla Rajoy? En su natural pasota, probablemente esté más preocupado de la cuenta por la capacidad de convocatoria del rebaño que tiene el lobo. Sin embargo, su táctica por ahora, y es improbable que vaya a utilizar otra, es sumarse sin decir ni buenas tardes al reformismo que Aznar se ha sacado de la manga para la rentré. En resumen: Aznar no está reclamando nada que el Gobierno no esté haciendo o se disponga a hacer. La ofensiva no es tal.

Obviamente no es así. Rajoy juega al disimulo. Pero también lo hace quien fue su mentor. Igual que disimulaba cuando era presidente y habló de abrir las ventanas para que entrase el aire fresco y lo que se coló por ellas fue la trama Gürtel.

El Gobierno ya tiene oposición. Como le sucedía a Margaret Thatcher en las horas bajas del laborismo, en la derecha española el enemigo está dentro.