Imagínense un partido de fútbol. Imagínense ahora que el jugador de un equipo comete una falta, y luego otra, y otra, y así hasta veinte o treinta faltas a distintos jugadores del equipo rival. No contento con eso, el jugador en cuestión va hacia el banquillo y le baja los pantalones al entrenador contrario. Luego, él mismo se baja los pantalones y comienza a mear sobre el césped. Al acabar el partido, el jugador se va a los vestuarios del equipo rival y les roba las botas y las camisetas. Evidentemente, ante semejante comportamiento, todos los espectadores esperaríamos una sanción ejemplar para dicho jugador. Pues bien; en España hay miles de delincuentes que han cometido más de quinientos delitos por hurto y están en la calle. Así de sencillo y así de vergonzoso. Tal como entran, así salen de los juzgados. Tal vez por eso la justicia es tan lenta en España; porque siempre se está juzgando a los mismos, como si fuese un juego infantil de polis y cacos donde nadie se juega nada.

Desde una perspectiva completamente absurda propiciada por psicólogos de mercadillo y jueces de pandereta, en España se valoran mucho los derechos individuales de los robadores pero nunca de los robados. Alguien te puede robar, por ejemplo, la radio de tu coche sin que le pase absolutamente nada. Podría pensarse que la radio de un coche es algo insignificante como para castigar a alguien. Sin embargo, muchísimas personas han luchado mucho a lo largo de su vida para conseguir esa radio, sacrificándose personal y económicamente para realizar sus estudios, sacrificándose para conseguir un trabajo y -finalmente- sacrificándose para comprar ese coche con esa radio; todo para que luego venga el vividor de turno -que suele ser el que ni estudia ni trabaja, ni ganas que tiene- para destrozarte en quince minutos lo que uno lleva treinta años luchando. Todo esto del robo sin castigo ha llegado a hacerse tan habitual que hace unos meses le robaron en la vivienda a un tío mío y la compañía de seguros le dijo que sacase él mismo las fotos de los destrozos.

En España, alguien puede dejar de pagar la cuota de la comunidad de propietarios que no le pasará nada. Lo mismo sucede con aquellos vecinos ruidosos o violentos. Tampoco les pasa nada a los carteristas del metro de Madrid o de las Ramblas de Barcelona que cometen cinco o seis delitos al día. Ni tampoco a los que aparcan en la zona de minusválidos, o a los que dejan las botellas de cristal tiradas por la calle, o a los que se mean en los portales, o a los que dejan a sus perros defecar en cualquier parte. Ni tampoco te pasa nada si robas durante años y te llamas Urdangarin. O si cobras dietas en negro de tu partido. O si matas a una niña y no aparece el cadáver.

España es un país de injusticias, donde vienen a residir los delincuentes de todo el sistema planetario conocedores de nuestra debilidad judicial, donde vienen los jóvenes extranjeros de borrachera porque nos consideran un estercolero. Las normas básicas de convivencia sociales están para ser cumplidas, porque a todos nos cuesta mucho levantarnos a las siete de la mañana para conseguir un jornal. Es a esas a las personas a las que hay que defender, y no a los que se ganan su jornal robándoles el jornal o la vida a los otros.