Tan anónimas como anónimos son sus personajes, las fotografías de la exposición Etiopía sin fin emocionan pon su sencillez, por su belleza y por el marco brutal, tanto geográfico como sociológico, en el que cobran vida las imágenes.

La exposición puede verse durante estos días en el centro cultural Santiago y Zaraiche de la capital murciana, tras itinerar por muchas ciudades españolas, y está organizada por una asociación, Abay, que acaba de abrir su delegación en Murcia y que dedica su trabajo al voluntariado y la cooperación con uno de los países más pobres, espectaculares y entrañables del mundo.

En cada una de las imágenes de Etiopía sin fin se trasmite la fuerza y la emoción de una realidad que parece muy lejana por la distancia y la diferencia cultural con nuestra mirada cotidiana, pero que a la vez se manifiesta como enormemente próxima por la potencia con la que hace sentir al espectador una realidad que muchos en nuestra región ya conocemos por tener hijos nacidos en aquel doliente pero admirable país.

Las fotografías muestran retratos y paisajes, escenas y vida cotidiana, problemas y esperanza de una sociedad que prácticamente no tiene nada más que sus sonrisas. En Etiopía sin fin, las imágenes trascienden los tópicos del África más tópica mil veces retratada con su cohorte de niños, mujeres en el campo, y lucha por la supervivencia. Los personajes surgen de las imágenes con personalidad propia, los paisajes o las escenas cobran fuerza y sugieren, cada una, todo un contexto de sucesos, circunstancias y vida cotidiana. Esta profundidad de la mirada quizás venga dada por la militancia con la que los fotógrafos profesionales y amateurs que han prestado sus imágenes a Abay han acercado su mirada a la realidad y las necesidades de Etiopía. Una militancia, como la de la propia asociación, nacida de la convicción de que la injusticia, las terribles diferencias y la sinrazón condenan a buena parte del África negra a una situación de pobreza que no merecen, que ni tan siquiera es lógica porque no faltan los recursos naturales, y que tenemos desde aquí la obligación de ayudar a combatir.

Etiopía es hoy el paradigma de la crisis sistémica y permanente, la verdadera. Un país pacífico de corazón, sin embargo desangrado por las guerras del siglo XX inspiradas en la suicida tensión de los bloques enfrentados durante la Guerra Fría. Un país con recursos al que le falta justicia distributiva, infraestructuras, educación, y empoderamiento de sus mujeres y sus jóvenes para poder mirar al futuro con más optimismo. Una inmensa nación de bellísimos paisajes e interesantes culturas que en su federalismo manifiesta una diversidad cautivadora que aún es una joya por descubrir para el turismo. Un lugar entrañable, lejano en el espacio, pero cercano en los sentimientos, al que merece la pena echar una mano.

Quizás principalmente con política, con justicia y acción internacional, con un orden global más justo, pero también el compromiso de organizaciones de cooperación, como Abay o la también murciana Beteseb, en unos años podría organizarse una nueva exposición fotográfica que retirara el 'sin' de su título para pasar a llamarse Etiopia Por Fin.