Escribió don Antonio Machado con bastante pesimismo: "Españolito que vienes al mundo, te guarde DiosÉ"; obviaré la continuación del poema que cuenta del corazón helado de las dos Españas. No son buenos tiempos, pero tampoco son aquellos del poeta, ni existe el total de las razones, en nuestros días, que inspiraban el verso al maestro entristecido pero luminoso. Todo lo contrario, quiero dar testimonio de un acontecimiento feliz, sencillo, humano al mil por mil, el mejor de ellos. Ha nacido un niño del que conozco su genealogía próxima, por amistad muy entrañable. Se llamará Juan Pedro -nombre que me produce emociones- y sus padres son Juan Francisco y Mónica. Dicho así más parezco un funcionario tomando nota registral que un amigo alegre de observar la alegría cercana de una familia.

Juan Pedro ha venido al mundo el día de San Antonio, que todo el mundo sabe que es santo casamentero, morenamente, que es término inexistente pero que acontece en la brillantez de su piel y de su pelo, de sus ojillos despiertos después del primer llanto lógico al verse iluminado por la luz de la primera vida. Ha pesado algo menos de cuatro kilos, por no ser exhaustivo en el dato. La noticia me la ha dado su abuela Victoria ante la sonrisa complaciente del abuelo, Paco. Frente al rumor de sartenes y barra del restaurante Victoria de la Alberca que será el hábitat de este niño que crecerá para ser médico, ingeniero o nariz de oro, como su padre. Lo que quiera ser, porque viene, llega, a una familia con coraje ante el transcurrir de la vida profesional. Todos arropan su nacimiento, sus tíos, sus primos, la clientela del restaurante, los viejos empleados y los nuevos. Hoy parecía -o me ha parecido- la vitrina del marisco, con mayor alegría que otras veces, saltaban las cigalas y las gambas aterciopelaban el color rojo de sus escamas. Sonreía el gallopedro y resplandecía el salmonete. Y es que la llegada de Juan Pedro era deseada, y estos manjares mediterráneos se saben sensibles al sonajero.

Se decía antiguamente, con olor a rancio en el lenguaje, que la llegada al mundo hacía la felicidad del matrimonio, de la pareja, o que la criatura venía con un pan bajo el brazo, por hacer hincapié de la felicidad de la que es portador, con su balanceo de piernas y manos, mínimas pero reconocibles. Su padre, mi amigo Juan, al que su madurez lo delantan las primeras canas es, con la ocasión, padre primerizo aunque ya tiene experiencia en la crianza. En definitiva, buena noticia, alegría a raudales y salud para verlo crecer y calzar un cuarenta, es mi deseo.