Qué contesta Valcárcel cuando se le pregunta si piensa agotar la legislatura? Pues que ni se va ni se queda, sino todo lo contrario. Traducido al román paladino, esto quiere decir, a las claras, que se va. Son ya muchos los años que lleva al frente de esta región, que no vive en estos momentos sus mejores horas, que pierde peso en las altas esferas del poder central y que arrastra una deuda estructural insostenible. Una región intervenida económicamente, de hecho, y a la que se le piden unos sacrificios presupuestarios de tal calibre que cualquier gobernante que los asuma está condenado a la impopularidad. Lo sabe muy bien el jefe del Ejecutivo murciano, que la está sufriendo en los últimos tiempos en su propia carne. Si a esto añadimos el naufragio de proyectos que han sido buques insignia de su política -como el aeropuerto de Corvera, la Paramount, Marina de Cope o el soterramiento del Ave- que se estrellan una y otra vez contra el muro de la crisis y de la realidad, hasta se entiende que cunda el desánimo y flaqueen las fuerzas.

A nadie se le escapa que los últimos años han sido de una dureza excepcional: cifras records de paro, aumento brutal de la pobreza, familias desahuciadasÉ En medio de ese panorama desolador Valcárcel pudo irse en 2011, pero no lo hizo. ¿Por sentido de la responsabilidad? Posiblemente. Pero también porque había unas elecciones generales a la vuelta de la esquina y su nombre sonaba como ministrable. No presentarse a las autonómicas hubiera constituido una renuncia expresa. Luego, inexplicablemente, Rajoy prescindió de él y de otros presidentes autonómicos. Todo lo contrario de lo que había hecho Aznar anteriormente, llevándose a Zaplana o a Matas al Gobierno. Entonces, como había ocurrido en alguna otra ocasión, volvió a rondarle la idea de la retirada. Desde luego no de la política, pero sí de la primera línea de la política. Y lo que más se ajusta a su perfil y a sus posibilidades es el Parlamento Europeo, a cuyas elecciones tendría que presentarse el año que viene, adelantando un año su salida de la presidencia de la Comunidad autónoma. El nombramiento de Juan Bernal como vicepresidente y responsable de economía ha sido el paso necesario para asegurarse una sucesión tranquila, dentro de lo que cabe.

Le queda, eso sí, aguantar los últimos chaparrones antes de esos comicios. Para eso Valcárcel busca desesperadamente reinventarse. La última vez en hacerlo fue en el debate del Estado de la Región, donde más que un presidente con casi veinte años a sus espaldas gobernándola parecía un aspirante pidiendo una oportunidad. Claro que a veces en política ocurre como en la prestidigitación. Que a fuerza de repetir una y otra vez el mismo número, el público termina por pillarle el truco.

Todavía falta un año para las elecciones europeas y puede pasar cualquier cosa. Incluso que Rajoy cambie de opinión y lo llame. Mientras tanto, Valcárcel jugará al despiste, aunque en su fuero interno sabe que la suerte está echada y la decisión tomada. Esto es, buscar en Bruselas un exilio dorado, poco expuesto y bien remunerado, que lo aleje de los focos durante un tiempo. Y Bernal será su sucesor, como Rajoy lo fue de Aznar; así se hacen las cosas en el PP. Eso sí, como político experimentado no soltará prenda hasta que lo considere oportuno.

Hace tiempo que de un modo u otro Valcárcel viene despidiéndose. Por convencimiento personal o por táctica política, más de una vez anunció explícitamente o dejó entrever que se retiraba. Ahora parece que la cosa va en serio. Las maletas, en las que no faltan chubasqueros ni paraguas, están hechas. Pero a fuerza de negarlo, de esconderlo, puede que el largo adiós se convierta finalmente en una sonora estampida.