El actor Michael Douglas, tan refinadamente maligno en la vida real como en sus papeles cinematográficos, confesando que su cáncer de garganta fue causado por practicar mucho sexo oral ha hecho igual que Spielberg con su Tiburón: crear una variedad de psicosis en el planeta entero que previamente no existía. Después de ver la película Tiburón los veraneos en la playa nunca fueron lo mismo (desde 1976 me sorprendo cada vez que salgo del mar con todas mis piernas) y, tras leer lo de Douglas respecto a que su tumor maligno fue por bajarse al pilón, la gente se tomará lo que hasta ahora sólo eran inofensivas marranerías como si fuese a descender sin mascarilla a una fosa séptica al grito heroico de "¡Gerónimo!".

El actor, en efecto, ha instalado otro gran miedo en la conciencia colectiva moderna. Desde mitad del pasado siglo los grandes terrores de la humanidad han sido, sucesivamente: la conflagración nuclear, una posible invasión extraterrestre, meterse un día al océano braceando sobre una colchoneta y regresar remando con las pestañas y, a partir de ahora, hacer alguna cosa con la boca que no sean gárgaras de 'listerine plus'. Lo han acusado de catastrofista, pero yo sí creo en la inquietante constatación de Michael Douglas: quién mejor que él sabrá en qué momento se le quedó un mal sabor de boca. Hay mujeres por ahí con las que no hay que esperar a que un médico te diga años después, como al actor, "creo que habrá que hacer una biopsia" sino que debes venir con la biopsia ya prevista de casa. Hay mujeres que son como el chiste de la boda tradicional en que el contrayente, en la víspera, le pide a su espesa novia que le regale un adelanto. "¿Tu estás loco? Mañana lo que quieras, esta noche no". El otro insiste en que, por lo menos, se suba un poco la ropa para echar un vistazo. Ella accede, se levanta las pesadas faldas, el otro se acerca a olisquear y dice, torciendo el gesto: "¿Tu crees, María, que esto aguantará en buen estado para comérselo mañana?".

El deber de un caballero, contra lo que ha hecho Michael Douglas, es no quejarse nunca de lo que se encuentra en una dama aunque prevea que si baja del ombligo le darán dos semanas de esperanza de vida. La lengua es la avanzadilla del honor.