Últimamente, cuando salgo a la calle y observo al resto de viandantes, percibo malas vibraciones. Tengo la sensación de que nuestra ciudadanía ha perdido la alegría y se ha vuelto triste y melancólica. Una tristeza que se contagia, se generaliza y va creciendo día a día, llegando incluso a agobiar.

Un país como el nuestro, luminoso, agraciado por el clima, de ventanas abiertas, terrazas soleadas y personas alegres se ha transformado en frío, oscuro, triste y desilusionado. ¿Qué nos está pasando?

Seguro que cada ciudadano tendrá una justificación personal a su estado de ánimo. El trabajo, la hipoteca, los niños, la salud, las relaciones personales, la familia, o lo que quiera pensar cada uno. Pero, que nos ocurra a todos lo mismo y al mismo tiempo parece algo más serio y más profundo.

Dejando aparte el gran problema de la crisis económica que estamos pasando, los recortes y los problemas económicos por los que en mayor o menor medida nos pasamos el día preocupados (cabreados) y que desde luego, influyen en nuestro estado de ánimo, creo que hay un factor añadido que todavía entristece más a la ciudadanía, el 'desencanto generalizado'. Nuestra sociedad vive desencantada, hemos perdido las referencias y ya no sabemos en qué creer o en quién confiar.

No nos fiamos de los políticos porque son innumerables los casos de corrupción que vamos conociendo y que se dan en todos los partidos, porque los que vinieron a solucionar el mal gobierno de los otros todavía lo hacen peor que los que había antes, porque las promesas electorales son realmente mentiras electorales y porque, mientras el pueblo pasa hambre, ellos se llenan los bolsillos con grandes sueldos, sobresueldos sobres e incentivos. Desconfiamos del Gobierno, pero también de la oposición, con lo que nos quedamos sin alternativa política.

No nos fiamos de los sindicatos ni de los empresarios, porque no son independientes, viven de las subvenciones públicas, de las promesas electorales para ganar votos y se dejan llevar por los intereses particulares y las corruptelas en general. Grandes empresarios detenidos, pagos 'en negro' a sus empleados, fraude fiscal, evasión de capitales, sindicalistas viviendo a cuerpo de rey, dietas cobradas de difícil justificación, EREs dudosos, etc. Un panorama desolador

Desconfiamos de la Monarquía, una institución obsoleta, oscura, machista y elitista, donde alguien puede gobernar a un pueblo y gozar de un sinfín de privilegios simplemente por razones de nacimiento, sin haber demostrado previamente su valía y sin que los ciudadanos puedan opinar. Una institución que además, también está siendo salpicada por la mancha de la corrupción, por lo que tampoco nos anima.

No llegamos a creernos eso de que la justicia sea igual para todos. Dudamos de la independencia de los jueces y fiscales y de su imparcialidad ante las presiones que reciben de determinados sectores de la vida pública. No sabemos quién vela realmente por nuestros intereses y por evitar los desmanes de nuestros gobernantes, nos sentimos desamparados y desprotegidos.

Tampoco podemos fiarnos de la Iglesia católica, de sus dogmas de fe sin demostrar, de sus justificaciones injustificables, de su machismo retrógrado, de su intromisión en la vida política, de su afán por controlarlo todo y por mantener sus privilegios con el Estado. Una Iglesia empeñada en imponernos sus normas, sus creencias y su doctrina a todos los ciudadanos, sin importarle que seamos creyentes o no. Unos obispos y un clero que se consideran en posesión de la razón absoluta, que nos llaman libertinos por hacer uso de nuestra libertad y además presionan a los Gobiernos para que legislen de acuerdo con sus creencias y en contra de nuestras libertades.

Así es que, con este panorama, ¿cómo quieren que estemos? Tristes, desencantados, desilusionados y sin esperanzas. Con razón se nos quedan estas caritas.