Nos parece que el sistema democrático ha resuelto el problema del poder mediante el sufragio universal, pero este sistema no necesariamente capta al mejor. Por otro lado, en nuestro Parlamento aún circula sangre azul, herencia relevante y quizá conveniente para defender una patria grande, con solera, sin más secesiones, que acoja a la aristocracia y articule nuestras relaciones con regímenes de ese calado. Los Borbones se convierten así en mandados, embajadores de alto copete. Con ese acuerdo testimonial subsiste España: un presidente elegido y un rey sucedido. Pero, de la misma manera que el príncipe puede salir rana, nada garantiza que el presidente no resulte desastroso, con ejemplos bastantes contamos en la Historia. Claro que todo vale si evitamos la guerra civil. De hecho, tirar los dados al aire tampoco sería ninguna tontería, ni acertaríamos menos.