Cuando hace unos meses leí la noticia de que el Banco Central Europeo había decidido cambiar el diseño de los billetes de cinco euros y que los nuevos incorporarían "elementos de seguridad novedosos para evitar su falsificación", la primera pregunta que me vino a la cabeza es si realmente a alguien le merecería la pena falsificar este tipo de billetes.

Recuerdo que hace tiempo, en plena tertulia de amigos tras una buena comida y mientras hacíamos la digestión con unos gin-tónic hablando de lo humano y lo divino, uno de ellos, empleado de banca, nos explicaba por qué había tantos billetes falsos de 2.000 y de 5.000 pesetas (como verán, hace bastante tiempo de esto). Nos comentaba que, a la hora de decidir qué billete se falsificaba, había que tener en cuenta varios parámetros, como el coste de su producción (material, maquinaria y personal), la rentabilidad (suficiente pero no excesiva, para que no 'cantase' demasiado) y la facilidad para pasarlos y convertirlos en dinero de curso legal.

Por eso no se solían falsificar los billetes pequeños (en nuestra conversación, los de mil pesetas), porque era poco rentable; tenían que producir muchos para que mereciera la pena falsificarlos y aumentaba, por tanto, el riesgo de que los pillasen. Tampoco era frecuente la falsificación de billetes demasiado grandes (10.000 pesetas) porque al ser menos usuales y tener mucho valor, el personal recelaba más a la hora de admitirlos y, en consecuencia, aumentaba la dificultad y el riesgo para introducirlos en el mercado.

Convencido con la explicación de mi amigo, no entiendo que si el objetivo es evitar falsificaciones no se empiece cambiando los billetes de diez, vente o cincuenta euros, que son igual de manejables que los de cinco euros (por lo tanto, fáciles de colocar) y a todas luces más rentables (que los falsificadores no son tontos). ¿Se imaginan cuántos billetes de cinco euros tendrían que falsificar para conseguir, por ejemplo, una fortuna millonaria como la de Bárcenas? No intenten comprobarlo, seguro que les pillarían.

Enlazo esta reflexión con otra que también recuerdo de nuestras tertulias 'gintoniqueras' (ésta de ahora, más reciente), hablando sobre la economía sumergida, las cajas de seguridad de los bancos y las cajas fuertes particulares, donde se acumulan fajos de billetes grandes, principalmente de quinientos euros, sin declarar (España es el país europeo donde más billetes de quinientos euros hay circulando). Dinero negro que si se regularizase, como pretendía el Gobierno con su famosa amnistía fiscal, tributaría, recuperaría la economía española y evitaría muchos recortes.

La solución a la que llegamos en nuestra tertulia era tan simple que, hasta que no ha salido Rubalcaba hablando de eliminar los billetes de quinientos euros, no me he atrevido a plantearla por escrito. Bastaría con modificar el diseño y el color de los billetes grandes (doscientos y quinientos euros), fijar un plazo (un par de años, por ejemplo) para pasar por el banco a cambiarlos, recoger los datos de la persona que los cambia y pasárselos directamente a Hacienda. ¿Se imaginan cuánto dinero 'afloraría'?

Otro amigo comentó que igual entonces, los que desaparecían de la circulación (porque pasarían a las cajas fuertes) serían los billetes de cien, cincuenta y veinte euros. "Pues que los cambien todos", respondimos al unísono el resto de contertulios, "pero obligando a pasar por el banco y facilitando los datos a Hacienda, que ya está bien de tanto cachondeo tributario".

Al final, aunque buscábamos un objetivo distinto, llegamos a la misma solución que el Banco Central Europeo, que ha diseñado unos nuevos billetes (la denominada 'serie Europa') para sustituir a los antiguos. Aunque ya puestos, ¿no podían haber empezado por los de quinientos euros? ¿Por qué no aprovechan la oportunidad para luchar contra el fraude fiscal? ¿Por qué no ponen a mi amigo de asesor de Montoro? Igual con un par de gin-tónic se solucionaban los problemas económicos de este país.