Quince meses lleva acabado el aeropuerto de Corvera y nadie sabe, a estas alturas, cuándo entrará en funcionamiento. Lo que prometía ser una película con final feliz, guión y decorado de los tiempos del 'boom' inmobiliario, está en vías de convertirse en un culebrón de final incierto en tiempos revueltos. 230 millones de euros le ha costado a Aeromur, la empresa concesionaria, construir el aeropuerto. Para obtener este dinero de los bancos y poder terminar la obra, la Comunidad Autónoma tuvo que acudir a rescatarla, avalando las operaciones con doscientos millones. Y ahora pasa lo que tenía que pasar. Que la empresa ha dejado de pagar la 'hipoteca' y este 'aval de Damocles', que pende sobre la cabeza de todos los murcianos, está a punto de ejecutarse. Pero como para Aeromur sí que hay donación en pago, el aeropuerto pasará a manos de la Comunidad. Eso sí, en un viaje de vuelta con turbulencias a la vista.

Para el consuelo de algunos, podrá decirse que el caso del aeropuerto de Corvera no es único. España entera está cubierta de obras faraónicas que languidecen, unas veces por falta de financiación y otras de viabilidad. Y dentro de estos proyectos desorbitados, los aeropuertos se llevan la palma, convertidos en símbolos de despilfarro y de mala administración.

¿Pasará el aeropuerto de Corvera a engrosar la lista de 'aeropuertos fantasma' donde no hay aviones ni pasajeros, ni se les espera? Ojalá que no. Los intereses de esos 230 millones ya gastados y las futuras pérdidas lastrarían todavía más la economía regional y traerían nuevos recortes, además de los que están al caer.

A Valcárcel y al PP, claro está, les va mucho en ello, políticamente hablando. Pero a los murcianos nos va todavía más, en términos económicos y sociales. Mejor, por lo tanto, descartar este escenario. Aunque los datos de tráfico del aeropuerto de San Javier no invitan demasiado al optimismo, por mucho que el Gobierno regional nos dore la píldora con proyecciones de vuelos y rutas futuras, probamente más voluntariosas que reales. No hay más que ver el índice de ocupación de algunos vuelos internacionales en fechas señaladas. Menos ambicioso, pero quizá más razonable, hubiera sido apostar por este aeropuerto, procurando salvar las limitaciones que lleva consigo su uso compartido con el ministerio de Defensa. Sobre todo teniendo en cuenta que en los últimos años la entidad pública Aena ha invertido decenas de millones de euros en su remodelación y ampliación, y que está en perfecto estado de revista. Pero no ha sido así y ahora habrá que cuadrar el círculo. Una cuadratura que pasa por cerrarlo para que no compita con el nuevo, que es lo que exige la concesionaria. Previa indemnización a Aena, claro está, por las inversiones realizadas.

Nada de esto parece importarle al consejero de Obras Públicas, Antonio Sevilla, quien no quiere darse por enterado de que con Corvera tenemos un problema. Y gordo. Si la concesionaria quisiera, según él, los aviones podrían estar ya despegando. Debería saber Sevilla que en los tiempos de zozobra económica el problema no radica tanto en inaugurar obras faraónicas sino en hacer frente a su mantenimiento y garantizar su viabilidad.