Hay personas que pertenecen a su tiempo. A estas personas en cada gesto, en cada palabra, en cada pensamiento, incluso en cada silencio se les nota que han nacido en el momento y en el lugar adecuado. A otras, en cambio, se les ve de lejos que pertenecen a otro mundo, que habitan deambulando en el tiempo y en el espacio que les ha tocado por error, como almas desfasadas que aceptan su destino sin enterarse de qué va la cosa y sin que, por ello, la sorpresa abandone el fondo de su mirada con la que parecen preguntarnos constantemente ¿dónde estoy? Es el caso de Mariano Rajoy. Mariano Rajoy no pertenece a esta época ni a este lugar. Rajoy debió haber nacido en el seno de la familia de los hermanos Marx y haber formado conjunto con ellos. Habría encajado perfectamente en esa lógica del absurdo de la que los Marx fueron maestros. De ese modo sus palabras habrían sido entendidas por todo el mundo, sin distinción de países, y todo el mundo las habría celebrado, como celebró y sigue celebrando las del hermano Groucho, considerándolas geniales. En cambio, un error de cálculo del dios que se encarga de colocar a cada uno en su sitio y en su momento, ha desviado a Mariano Rajoy de su destino natural y ha propiciado que sea presidente del reino de España en el siglo XXI. Pobre Mariano. Pobres ciudadanos del reino de España.

Un error de cálculo puede convertir lo genial en ridículo y, lo que es peor, sin que el desdichado protagonista sea consciente de ello. Frases marianas como "sí o no o todo lo contrario", "todo es falso menos alguna cosa que es verdadera" despertarían una carcajada inteligente en el público situadas en su contexto, mientras que ahora, descontextualizadas, inducen más bien a dudar de la capacidad de raciocinio del emisor, por muy presidente que sea. Así es la vida.

La última utopía y ucronía de Mariano ha sido la de oponer los conceptos de promesa y deber. Dentro de una lógica normalizada dichos conceptos no son antagónicos sino complementarios y se piensa, por ello, como un deber el cumplimiento de las promesas. Pero la lógica de Mariano no es como la del común de los mortales de esta década del siglo XXI, aunque él, hay que reconocerlo, hace esfuerzos por situarse e intenta tender puentes entre su pensamiento y la racionalidad poco complicada de los ciudadanos corrientes de esta España que vivimos. Mariano intenta adaptar la extrañeza de sus conexiones lógicas a las de la gente de la calle con la que comparte calendario.

Se explica Mariano Rajoy y según su explicación sus promesas se hicieron en un momento en el que él, desviado por completo del eje de su destino de ser uno de los hermanos Marx y distraído en su errada obsesión de convertirse en un salvador de patrias, ignoraba la realidad de las cuentas corrientes de las arcas públicas de las que se disponía a ser gestor. Pero alcanzada su meta descubrió que había sido engañado y, además, engañado por un tipo que era tonto de remate y que mentía más que hablaba. Ese descubrimiento llevó a Mariano a pisotear sus promesas y a cumplir con su deber. Una no sale de su sorpresa. Mariano no sólo se dejó engañar por un tipo que era tonto rematado y mentiroso compulsivo sino que, por ende, no se enteró ni siquiera de que las cuentas no cuadraban porque los presidentes autonómicos de su propio partido y el mismísimo tesorero del PP, el innombrable Bárcenas, hacían trampas. Bueno, por no enterarse, ni siquiera se ha enterado de que tal vez él mismo haya hecho trampas. Lo dicho, no es que no esté en lo que debería estar, sino que no está donde debería estar.

¿Y el deber? ¿Cuál es el deber que ha llevado a Mariano Rajoy a oponerse a sus promesas? No es otro que el de finiquitar el Estado de Bienestar, tarea que ya inició, también por deber, su antecesor, el presidente Zapatero, que, en definitiva, va a terminar siendo el responsable de todo pensamiento caótico. Todo esto nos mete en un tremendo galimatías pues podríamos encontrarnos en la paradoja de que el cumplimiento del deber por parte de Zapatero, incumpliendo sus promesas, ha obligado a Rajoy a incumplir sus promesas para cumplir con su deber. Luego, si Zapatero hubiera cumplido sus promesas, Rajoy no tendría que haberse visto obligado a cumplir con su deber incumpliendo sus promesas. Está claro que intentar comprender a Rajoy es como meterse en el camarote de los hermanos Max a ver al mismo tiempo Una noche en la ópera y Un día en las carreras. Pero es menos divertido.