Franco solía notificar la destitución de un ministro mediante despacho en mensajero a domicilio. El destinatario conocía la naturaleza del sobre nada más recibirlo en mano. Sabían de esta costumbre del dictador.

En la calle de Génova en Madrid presuntamente pulularon un número desconocido de sobres. No parece que llevasen membrete o seña alguna, a diferencia de los de la extinta Casa Civil que enviaba el general. En Valencia se cortaron retales, se cosieron capas y sayos a medida. Algunos se enviaron a Madrid con franqueo en destino.

En la calle de Ferraz hubo hace no tantos años movimientos de personajes que acabaron en una celda expiatoria. Son asimismo famosos los casos de Sevilla y sus cirujanos-barberos amputando caudales públicos. Nos acabamos de enterar de que en Barcelona existió un régimen dedicado al más exquisito de los expolios con escalas en Andorra la Vella durante las largas estancias estancias en las lavanderías de Zúrich.

Vivimos rodeados de pudrideros silenciosos. Lugares sin ventilación, alejados de la luz en los que se fermenta lo que allí se dispone. No sé cuántos resquicios de incorruptibilidad, si queda alguno, habrá en España. Ahora lo que importa es evitar la pestilencia de la putrefacción. Una molestia mayor e incómoda cuyo hedor no pasa inadvertido por el viandante. Tampoco faltan en las tribunas plañideras que lloren como la gente de a pie las penurias de un desahucio o el cambio de cargo en su defecto.

En el monasterio de El Escorial se hallan los más famosos, el de reyes e infantes. A la muerte de un miembro de la realeza sus restos se entregan a los agustinos en presencia del notario mayor del Reino, el ministro de Justicia. La última fórmula usada fue la siguiente: "Padre prior y padres diputados, reconozcan vuestras paternidades el cuerpo que conforme al estilo y la orden de Su Majestad que os ha sido dada voy a entregar para que lo tengáis en vuestra guarda y custodia". Se admite el cadáver bajo el responso "Lo reconocemos".

Si los faldones del Estado siguen supurando las cantidades actuales Gallardón acabará, por higiene y salubridad, llevando el cuerpo corrupto del país ante el mismo padre prior. Le suplicará con refinadas formas que habilite algún otro espacio en los sótanos del monasterio. La duda que se me plantea es el protocolo a seguir. Lo mejor será optar por algo sencillo, sin demasiada parafernalia. "Tengan ustedes, padre prior y padres diputados. Pónganle un buen montón de cal viva a estos asuntos pútridos por el bien de nuestras almas". Los hermanos asienten con un simple "Nos consta" contrario a la lógica de la materia en descomposición pues, como ocurre en estos casos, a nadie le constaba ni sabía nada.