Se celebra estos días una feria gastronómica llamada Madrid Fusión. Han sido convocados los principales creativos de las cocinas del país, armados de su bombona de hidrógeno líquido para darle a los platos el ambiente neblinoso de la pista de baile del Ballet Zoom y, lo que sobre, utilizarlo como combustible interespacial para marchar de pioneros a algún planeta habitable. Ahora si te sientas a comer sin hidrógeno líquido te acusan de ser natural de Gibraltar, como hacía el 'chef' Arguiñano, despectivo, con un camarero que no le había puesto pan para acompañar una tortilla en la película Airbag. En este evento se podrán contemplar muchas obras de arte y a la hora de reponer fuerzas se podrá llevar uno la tartera de casa. Soy uno de esos primarios que cuando sienten un hueco digestivo no se sacian dándole conversación a la vista. Como dirían los hobbits de Tolkien, no soy partidario de las ferias gastronómicas porque son cosas aventureras que retrasan la hora de la cena.

Irán grandes nombres emergentes de toda España, de algunos de los cuales he probado las magistrales 'instalaciones' orgánicas que sirven en los platos de los restaurantes pero desgraciadamente desconozco su comida. Me han arrastrado a restaurantes de autor a menudo, pero no puedo asegurar si el recuerdo culinario que tengo más cercano de esas ocasiones son las raciones de chisporroteantes torreznos que me metía al salir, en el bar de carretera más próximo. Según los expertos franceses de la respetable guía Michelín, en España tenemos muchas estrellas que nos prestigian. Desde luego sólo ver la impresionante pinta de gustarle la buena mesa de nuestro representante murciano, ese genuino talento (lo escribo sin ironía alguna) que es Pablo González Conejero, ya merece el máximo reconocimiento internacional: es prueba inequívoca que de al menos de puertas para adentro de la cocina en su restaurante se come alguna cosa. La feria de Madrid potenciará hasta tal punto el interés del gran público por las nuevas formas de gastronomía que éste terminará la novedosa experiencia culinaria, entusiasmado, en algún mesón de carretera chupeteándose el pisto manchego de los dedos.

Es una pena que en Murcia no hayamos venido entendiendo en qué consistía esto de la vanguardia del paladar. Hace años se elaboró una revolucionaria presentación gastronómica, con cada cosa que te comías depositada en una cucharita, para la lujosa primera edición del Premio Literario de la Región concedido al novelista yeclano Castillo Puche, con mucha gente ataviada de chaqué. El resultado fue que ya no hubo jamás una segunda edición del premio, desalquilamos el chaqué, cesaron con cierto ruido al consejero promotor, casi de inmediato enterramos a Castillo Puche y diez años después de aquello (ciertas digestiones son lentas) a lo peor aún damos lugar a que nos intervengan la Comunidad Autónoma.

¡En lo que termina el irse una noche apenas cenados!