Corinna no figuraba en el mordaz y exhaustivo interrogatorio que Jesús Hermida volcó sobre el Rey, y que puede resumirse en el kantiano "¿cómo va eso, Vuestra Majestad?". A pesar de su ausencia en la entrevista del año, la falsa princesa alemana ha suscitado en veinticuatro horas más atención informativa que el feroz duelo televisivo citado en una semana, por razones difíciles de precisar. De hecho, procede encauzar la catarata de ambigüedades suscitada por el nuevo organigrama de La Zarzuela.

Hermida no se adentró en cuestiones de estado civil del jefe de Estado. En su implacable cuestionario, el entrevistador también omitió a la Reina, por motivos que ahora empiezan a despejarse. Los periodistas cortesanos -el 90% de los residentes en Madrid- se abalanzan ahora sobre el Rey y Corinna como si mantuvieran una relación de hecho sobradamente acreditada y delimitada, pese a que los profanos advierten un ovillo pletórico de vaguedades. Por no hablar de los secretos de Estado, que diría el general Petraeus.

En caso de haber mencionado a la falsa princesa en la celebrada entrevista, ni el ditirámbico Hermida hubiera encontrado un apelativo a la altura de Corinna, aunque tal vez le hubiera aplicado un discreto 'Su Divinidad'. Emerge así el mayor problema de protocolo de la España contemporánea, encontrar un tratamiento exacto para dirigirse a la dicharachera princesa tan agradecida a Urdangarin, el gran seductor de las mujeres de La Zarzuela.

Corinna como problema. Su evidencia permite titularla Su Eminencia, pero convendría despojarla de la calificación consensuada de 'amiga del Rey' (210.000 páginas en Google), porque conduce a peligrosos equívocos. La primera acepción del Diccionario de la Real Academia preserva para la palabra 'amiga' el recato de una relación de 'afecto personal'. Sin embargo, los doctos académicos se desmandan en la quinta entrada del vocablo. Allí, la 'amiga' pasa a ser 'persona amancebada', un adjetivo pecaminoso desde su misma fonética. Los guardianes de la lengua definen el amancebamiento como "trato sexual habitual entre hombre y mujer no casados entre sí"; tal vez el Diccionario también necesita aquí un aggiornamento.

Procede por tanto suprimir el peliagudo 'amiga del Rey' para referirse a Su Vicemajestad Corinna, una categoría que nada acertadamente entre dos aguas. Se barajó también el título de Reina Adjunta, descartado porque podría tropezar con alguna resistencia en el seno de La Zarzuela, a falta de precisar si la amistad de Corinna se extiende a otros residentes en el recinto. Una vez establecido el tratamiento adecuado, y en aras de la transparencia, TVE debe montar a toda prisa una entrevista a la falsa princesa de Hermida o de Pilar Urbano. Sería también la primera en su género, como la realizada una semana atrás al jefe de Estado.

En el entorno simbólico de la corona de Corinna, el tratamiento de Su Vicemajestad allanará las rugosidades de una nueva incorporación a un entorno consolidado. Subsisten algunos matices, como la nacionalidad española que Rajoy le otorgará graciosamente en cuanto la falsa princesa inmigrante acredite la adquisición de un piso de 160.000 euros, o de un ala palaciega de valor equivalente. Para evitar la proliferación de vicemajestades, se debería resolver la ecuación sobre el número de amigos y amigas que puede tener el Rey. Y para corregir el sesgo machista que acompaña a la consagración popular de Corinna, procede estipular si una Reina también puede tener amigos. Todo lo cual obligará a cocinar otra reforma de la Constitución.

El recibimiento triunfal de la ciudadanía a Su Vicemajestad Corinna no viene ribeteado de sorpresa, sino de constatación. Desde la óptica penal, el exceso de celo defensivo de Diego Torres supone un indicio claro de culpabilidad del profesor y socio de Urdangarin, que aspira a una sobredosis de inocencia. Sin embargo, los correos electrónicos ahora desventrados señalan que a su Vicemajestad alemana ya se le han sufragado viajes, estancias y otros agasajos a costa del contribuyente, una asignación de recursos que justifica la aplicación del título vicemajestuoso.

En cambio, Corinna no logrará jamás que la plebe retenga el aparatoso apellido que le birló a su antiguo marido, Sayn-Wittgenstein. Este linaje la emparenta con el legendario filósofo Ludwig Wittgenstein, sobre cuya obra la falsa princesa debate a menudo con el Rey. En concreto, la pareja de amigos se ha concentrado en efectuar meritorias anotaciones a un aforismo del Tractatus: "De lo que no se puede hablar, hay que guardar silencio".